Hay tres razones para desconfiar de Mario Conde: fue banquero, intenta ser político y es telepredicador apocalíptico. Tres especímenes sospechosos. Pero los que corren son tiempos propicios para cualquiera que proponga hacer tabla rasa con todo y fundar un nuevo periodo constituyente. ¿No estamos de acuerdo en que nada funciona? Pues quien lo exponga con más brillantez quizá pueda aspirar a que le confíen el mando de la demolición. Y Mario Conde es brillante, muy brillante. Tal vez demasiado: su pecado ha sido el de pasarse se frenada.

Sabe hacer dinero. Tiene un talento natural para ello. Vendía apuntes a sus compañeros de Derecho. Hizo dos pastones en sendas compraventas de grupos empresariales. Convenció a su socio Abelló para meter el dinero en Banesto y acto seguido, ágil y oportuno, lideró la resistencia a la OPA del Banco de Bilbao y se hizo con el control de la entidad. Entonces se pasó de frenada.

Quizá tengan razón sus adversarios y gobernó deslealmente la veterana institución hasta descapitalizarla. Quizá la tengan sus defensores y todo se reduce a un gran complot del resto de la banca con la ayuda del mundo político, temeroso ante su ambición. Si es lo primero, demostró incapacidad para evaluar los riesgos de un entorno complejo. Si es lo segundo, también. Es peligroso entrar chuleando en la jaula de los leones e irritar al mismo tiempo a José María Aznar y a Felipe González. Conde acabó en la cárcel, no sin antes intentar una defensa política: se presentó a las elecciones del 2000 y no sacó ni un escaño. De eso le sirvió haber sido modelo de empresario en la España del pelotazo, investido doctor honoris causa bajo presidencia del Rey: para sumar un 0,1% de los sufragios emitidos.

Se equivocó de momento. Ya era tarde. Cuando llegó a la presidencia de Banesto, en 1987, la derecha española estaba desnortada. Con Fraga Iribarne al frente, el PP no podía romper su techo. Conde se exhibía, maniobraba, se proponía, buscaba apoyos. Y tenía partidarios. Aquel pudo ser su momento. Pero en el 2000 Aznar llevaba ya cuatro años gobernando y repitiendo con éxito «España va bien». La plaza estaba sólidamente ocupada.

Con Aznar gobernando entró en la cárcel. Salió de ella con ganas de revancha. El mundo le debe una reparación. Su tesis es la del complot, naturalmente, y una vez más va a apelar a las urnas para que el buen pueblo redima su nombre manchado por los políticos aviesos y los banqueros avariciosos. La TDT le ha dado una plataforma para predicar indignación y recetas simples. No cabe menospreciar la potencia de la fórmula, porque todos estamos indignados y todos querríamos que la solución fuera simple. Y además, él está fuera del sistema; se presenta como un represaliado. Las elecciones gallegas van a ser, a lo que parece, su campo de pruebas.