El sistema lingüístico que se implanta en las aulas de colegios e institutos en las comunidades bilingües no es algo que salga de una chistera de forma mágica y espontánea. Por el contrario, es el fruto de largos estudios, debates y análisis entre especialistas, que antes de proponer un sistema determinado han dado mil vueltas al tema desde su experiencia de largos años y siempre desde criterios científicos y estrictamente técnicos.

Esos especialistas son los que elevan a las autoridades un modelo concreto, pero previamente han celebrado congresos, han comparado propuestas distintas y han investigado cómo se hace en otros países o comunidades bilingües. Es un trabajo cuya existencia muchos políticos ignoran. Finalmente, y sabiendo que ningún modelo será perfecto, se elige el más adecuado.

Así sucedió en Balears incluso bajo los gobiernos del PP, partido que aceptó el criterio de esos expertos y lo aplicó desde siempre. El PP balear ha tenido siempre oscilaciones en su respeto y comprensión hacia la lengua propia de las islas, pero nunca había decidido acabar deliberadamente y de forma radical con un sistema que incluso ha resistido de forma sorprendentemente aceptable la prueba a que lo sometió la fuerte inmigración de los últimos años. La llegada de una verdadera riada de personas ajenas a la cultura de estas islas parecía que iba a hacer tambalear este sistema y que daría al traste con él. Pero aguantó.

Han tenido que llegar José Ramón Bauzá y, sobre todo, Carlos Delgado para estropear aquello que no estropearon nunca los avatares sociales y políticos producidos en los últimos 25 años. El actual Govern parece haberse especializado en averiar aquello que funciona, como aquel fontanero que, viendo un grifo que va bien, decide atizarle con una maza, «a ver si así va mejor». De repente, un farmacéutico de Marratxí y un abogado de Calvià deciden que saben más de educación y de lengua que todos los expertos que durante años dedicaron arduos esfuerzos a gestar el modelo que ha funcionado durante décadas. Increíble.

Los datos de escolarización que se hicieron públicos hace pocos días han dejado en evidencia a Delgado y Bauzá: sólo un 13% de los padres pitiusos de niños de tres años han apostado por el castellano para la primera lectoescritura. Y eso sucede en Ibiza y Formentera, donde el 30% de la población residente es extranjera y un porcentaje aún mayor procede de la Península. Es decir, en el 87% de padres que han elegido el catalán o lo han dejado a criterio del colegio los hay probablemente de niños originarios de Alemania, de Marruecos, de Ecuador, de Soria o de Andalucía que han asumido con toda naturalidad que en Eivissa hay dos lenguas, el castellano y el catalán, y que está bien conocer ambas, sencillamente.

El problema del Govern no se explica, por tanto, por una demanda social ni por un clamor popular contra el actual modelo. Eso ha quedado palmariamente claro. El problema radica en que las personas que dirigen el Gobierno de las islas presentan más problemas de adaptación a la cultura de las islas que el resto de la población, incluidos los inmigrantes.

Pero esto tiene arreglo. Cualquiera de estos niños recién matriculados, de apellido oriental, africano o europeo, empezará a hablar catalán dentro de dos o tres años. Entonces, uno de ellos podrá dirigirse al conseller de Turismo del Govern y decirle, con la lengua de esta tierra: «Veus, Carlos Delgado, com no és tan difícil?»