l principal valor de la democracia», según el Gobierno es el Rey. Pero para el señor Paco, que está de la próstata y se opera estos días, «este tío no es patriota, no está dispuesto a estar como todos». Patriotismo es una virtud del ser humano que lleva a supeditar lo propio del individuo al beneficio del clan, a la tribu a que se pertenece, a lo que llamamos patria en un Estado moderno. El patriotismo espera del soldado que dé su vida; del ciudadano, que pague impuestos; de todo hijo de vecino, que cumpla la ley, y del gobernante espera que sea ejemplar en cumplir sus obligaciones. Los juicios rápidos de Paco, el de la próstata, son sabios. Detesta que se maten bichos del tamaño que sea (tuvimos problemas por un cadáver de salamanquesa), pero juzga desatino matar elefantes.

Parece que «la más alta representación del Estado» se fue del país sin decir a dónde y Rajoy supo que faltaría a sus obligaciones de despacho, pero no lo que le animaba a postergarlas. Quienes lo justifican en que era viaje privado olvidan que dejó de ser privado desde que le obligó a abandonar sus obligaciones, y que escaquearse del despacho con el jefe del Gobierno en plena crisis de deuda, bolsa, YPF, paro, y no sé cuántas cosas más, no tiene mucho de ejemplar.

El Rey gusta de emociones caras, yates, motos y helicópteros. En uno frecuentó Ibiza los veranos a visitar a la princesa de Saboya en su palacete. Lo imitaron los que venían en helicóptero a bodas en Formentera y a comer los sábados a Portinatx hasta que los pillaron. Porque el ejemplo cunde: presidir Adena-WWF para luego ponerse a matar elefantes y osos borrachos incita a la doblez; cambiar el despacho por viajes de placer justifica el pasotismo; proclamar desvelo por el paro juvenil y acto seguido irse al Okavango en jet privado es reírse de la gente, por decirlo fino. Con la excusa de lo ´privado´ del viaje se pegaron los Borbones otro tiro en el pie: sabemos que hay ricachones que lo hacen; que se llevan a la querida; que hacen negocios entre los disparos, para los que usan testaferros que a veces van a la cárcel por ellos; y que matan elefantes sin mayor emoción que disparar al blanco. Pero no se esperan del Rey que dice estar a la altura de los problem

as de su país y perder el sueño por ellos.

La gente no acepta esa excusa para una conducta impropia y ve insuficiente la contrición de quien les ha desengañado, que se reduce por ahora a palabras: «Lo siento mucho, me he equivocado. No volverá a ocurrir». La «imagen de indiferencia y frivolidad» que ha dado no la borrará con frases de la mente de los ciudadanos y evoca hechos pasados de nuestra historia de amor y odio hacia los Borbones.

La corrupción de los más altos es la peor de todas, porque a los que abajo están escasos de ética les sirve de coartada. El olor a podrido no pasará sin una conducta ejemplar que ha faltado en demasiados aspectos por demasiado tiempo.