La lucha por el poder en el PSOE ibicenco destapa, otra vez, la división de ese partido entre ibicenquistas y los que en Diario de Ibiza un periodista llama «murcianos». En Mallorca les llaman ´españolistas´ y la discordia ha llegado a grados de evidencia que hacen imposible callar su trasfondo. Porque ibicencos o mallorquines todos lo somos de derecho, mal que le pese a un nacionalismo cada día más difícil de disculpar por lo que tiene de discriminatorio.

Este partido escenifica periódicamente una barrera innegable de la sociedad ibicenca a la que quieren llamar ´consenso´, paradójicamente, quienes prefieren no verla, y que son los mismos que ven amenazados sus intereses y acusan de odio a quien la ve y lo dice. Sus farisaicas llamadas a integrarse no les hacen renunciar al status quo que hasta hoy les beneficia en el reparto del poder que les reserva el primer puesto y cede, obligado, puestos secundarios a murcianos que atraen los imprescindibles votos.

Si los indígenas no ganan no procede la elección, y una segunda instancia, prevista como excepcional pero que se ha hecho costumbre, suspende la designación de candidatos votada por los miembros del partido y anula congresos que eligen dirigentes que no tocan. Así se gestan a distancia caudillos adecuados cuando los murcianos locales yerran al elegir.

La FSE-PSOE es un arquetipo de democracia vigilada por despachos de Mallorca y Madrid que desmienten el ibicenquismo profesado en su mayoría por la minoría impuesta desde ellos. Tenía que llegar esto, dados los muchos años que hace que en la isla nacen más foráneos que nativos y la fuerza de las cosas llega un momento en que prevalece y pone a los capos tradicionales en la tesitura de evitar como sea el riesgo de perder el poder. El teórico partido de los inmigrantes, votado por inercia por su S socialista, les arrebata su conquista cuando sacan los pies del plato al percatarse de sus posibilidades y de que no necesitan tutelas. Quizás les sobró esta vez el complejo de poner primero en la lista, aunque sea puesto honorífico, a un vernáculo que parece prestarse a todo con tal de seguir medrando en política. Y de cerrarla con otro. Pero que los murcianos se rebelan lo resaltan los comentarios digitales del Diario: ausencia de apellidos ibicencos en los puestos de poder. El proceso seguirá por la fuerza de los hechos, la realidad demográfica cada día más difícil de ignorar y evitar.

El problema que se deriva para la sociedad ibicenca es que la constatación de tanto manejo induzca a considerar perverso el poder y negocio sucio la política. Que nos aleje del sano cinismo de dar por supuesta la posibilidad de que los hombres sean granujas y abusen del poder y de estar alerta en el deber de participar en la vida política para evitar que excedan mínimos inevitables. Porque abandonar el deber cívico de participar en una democracia limita con traicionarla.