Los miembros de la presunta oposición política al PP en el poder se dedican a oponerse a sí mismos. El desconcierto en que les sumió la pérdida de Consell y ayuntamientos en las elecciones destapa las carencias de ilustres socios del PSIB-PSOE. Si las de algunos se podían intuir, mientras ocuparon cargos las maquillaban la facultad de repartir dinero del contribuyente y el aparente dominio de la situación asociado al ejercicio del poder.

Cuando estos días compiten por liderar el partido, la falta de proyecto que evidencian los candidatos en la prensa llama al desasosiego. No por el porvenir de su partido, que allá ellos, sino por el futuro de lo que afecta a todos en una democracia: el esencial control del poder que un partido en la oposición debe ejercer y cada día dejan en condición más precaria. La incoherencia de que el candidato Campillo concurra en nombre de la renovación junto a dinosaurios como Llombart, Roldán o Leciñena, presagia más contradicciones. Como cuando destapa el contenido de su propuesta y dice ser buenas dos cosas antagónicas: «es bueno» que haya dos candidatos, y «sería beneficioso para el PSOE llegar al congreso insular con una lista unitaria». La renovación, era de esperar, se le queda en el lema: ´el mundo cambia, Ibiza cambia: Hay que dar respuestas nuevas´.

Cuales sean las respuestas nuevas quedan para cuando se le ocurran. Pero la indefinición no le es exclusiva y el otro candidato a dirigir el PSOE, Vicent Torres, le hace dura la competencia hasta el contrasentido: su candidatura «no ha de tener ninguna diferencia» con la de Campillo. Obligan a concluir que les mueve la conquista personal del poder, pues no exponen ideas, ni nuevas ni viejas, y declaran no diferir en nada. Sí difieren en querer el mismo sillón y eso no les deja tiempo de oponerse y cumplir el mandato electoral y constitucional que justifica que paguemos su partido con nuestros impuestos. Padecemos inflación de políticos ensimismados, de ideas confusas, que miran su ombligo en vez de atender a la sociedad. Y recuerdan a santa Bárbara cuando truena.

Como en el caso Leciñena, cuando desde su partido llaman a su destitución «persecución política». Aparte de haber ido de la Administración a la política y viceversa más que Garzón, Leciñena y el PSOE serían creíbles si además de predicar dieran trigo. Levantan una liebre, la politización al designar cargos en la Administración, en la que el partido muestra agilidad insuperable. Su propia historia de nombramientos hace hipócrita su protesta.

Hemos visto en Can Misses el trasiego de cargos usual tras unas elecciones. Cada partido tiene un pool de adeptos a los que nombra directores tras ganarlas. En esto se parecen PP y PSOE como dos gotas de agua. En vez de verter lágrimas de cocodrilo, que renuncien de una vez a colocar amiguetes a costa de interferir en la profesionalización de la administración para perjuicio de todos.