La diputada al Parlament Esperança Marí Maians asigna a «las fuerzas progresistas», las suyas, la custodia de la educación y salud como derechos universales. Los progresistas, ignoro con qué fundamento, tienen tendencia a otorgarse la defensa de la salud y la educación de todos y a definir para todos qué es salud y qué educación. Efecto de su apropiación es excluir a los que no son ellos, a la derecha, como dudosa o declarada enemiga de derechos esenciales.

Releo la declaración de derechos universales de la ONU, que insiste en que los derechos son de todos, «sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición», y no hallo la cesión de su defensa a las fuerzas progresistas. No caen los progresistas en que adjudicarse exclusivas es un paso hacia el totalitarismo; que no respetar a quien opina distinto les lleva luego a condenarlo al ostracismo o a cosas peores. Se han dicho tantas veces a sí mismos que son definidores y defensores de los derechos de todos que se lo han creído.

Con tal lógica, el que un programa que no es el suyo gane elecciones democráticas supone para ellos un retroceso y un ataque a los derechos. Otra tendencia progresista es quitar al feto su humanidad. La toma Esperança con el Gobierno por lo del aborto y dice de la menor embarazada que «una vez más, el flanco más débil es el que queda más radicalmente indefenso ante la ley». Omite al feto, aún más débil e indefenso que la menor, hasta olvidarlo y decidir su muerte. Algo de la ciencia que dicen admirar los progresistas quizás ayude. Dice Ayala, nuestro biólogo evolucionista, Medalla Nacional de la Ciencia de EEUU, que «las características distintivas que nos hacen humanos comienzan pronto en el desarrollo, mucho antes del nacimiento, cuando la información lineal codificada en el genoma se expresa gradualmente en un individuo cuatridimensional, un individuo que cambia su configuración en el tiempo». Individuo, humano, débil e indefenso, del que el Tribunal Constitucional dice cosas que burló la ley zapaterista del aborto que Esperança juzga dogma intocable. Vapulea también la diputada a la patria potestad, que reduce a informar a los padres del aborto de su hija menor, como meros oyentes. Y deja como unos zorros la objeción de conciencia: dice que médicos objetores cobran por abortos privados. Si la diputada conoce casos concretos, falta a su obligación de denunciarlos. Si se trata de un infundio, lo usa para ensuciar el honor de los médicos objetores. Los mete a todos, por pensar distinto que ella, en un saco de sospecha e hipocresía. Y para rematar sus reflexiones, Esperança revuelve al cristianismo con un partido político y con el moralismo y, cómo no, define de paso lo que no es cristiano. Toda una lección de progresismo, señora diputada.