Los que se obsesionan hoy con que hubo consenso durante 25 años en la normalización lingüística negaron todo ese tiempo, como avestruces con la cabeza bajo el ala, el conflicto que acabó por explotarles en la cara en las pasadas elecciones. Creer realizados los propios deseos es peligroso cuando distorsiona la realidad. Son los votos libres, y no la represión, quien decidió retirar esa ley consensuada por los partidos políticos hace 25 años. O se consensuó en los pasillos de espaldas a la realidad social, o se permitió interpretar la ley a radicales de la imposición del catalán que llevaron a muchos a ponerse en contra. O las dos cosas. Que no lo quisieran reconocer antes ni lo quieran ver ahora no certifica la inexistencia del conflicto, sino la ceguera voluntaria de quienes acusan de dividir a la sociedad al que no opine como ellos. Que al fin se reconozca un conflicto que está a diario en la calle, la escuela, las instituciones y los medios, y se cambie la ley, es un triunfo de las urnas del que los demócratas pueden felicitarse, no la tragedia que anuncian los que quieren normalizarnos a todos.

El catalanismo practicado en Baleares ha sido una reacción contra los ciudadanos que no usan el catalán, no contra la represión del catalán por un señor muerto hace 40 años. No es Franco quien rechaza la imposición del catalán como requisito, sino vecinos vivos de la Comunidad balear a los que quiere seguir ignorando e insultando, con la acusación de franquistas que les hace, el dirigente de un partido ibicenco sin votos como es ENE. O de otro partido que necesita y usa los votos del PSOE para sacar un candidato, como es ERC. O de los miembros del PP tentados de nuevo a ignorar las promesas con las que obtuvieron la mayoría. Las 10.000 alegaciones de que presumen todos ellos contra la reforma de la ley pueden hacer mucho ruido, asunto en el que a falta de votos son expertos tanto ERC como ENE, pero también ellos deben aceptar que son los representantes elegidos en las urnas quienes deciden en democracia, no la abundancia de alegaciones con las que querrían sustituir a los votos en su utópica catalanocracia.

La reacción contra el catalán, que existe hoy, no es contra ninguna lengua, sino contra los que como ellos tienen el objetivo declarado de imponerla en todos los espacios sociales, su gran fracaso tras esos 25 años de consenso ajeno a la realidad social, a pesar de tener la educación y la administración de la Comunidad en sus manos. En recreos de colegios y en la plaza pública, cuando los zelotes no vigilan, se habla en libertad, cada cual la lengua que le parece oportuno. Ese dogma inmutable del catalanismo derrotado en las urnas, el consenso de 25 años, es algo que evidentemente no existe, como lo prueba que el Govern fuera elegido por mayoría absoluta con la promesa de reconocer la realidad y cambiar la ley del supuesto consenso.