Deplora una madre de San Antonio en Diario de Ibiza que haya vecinos que, en lugar tan marchoso, no soportan sin embargo el bullicio de los niños, y que el Ayuntamiento les prohíbe usar varios juguetes en la calle. El futuro está con los vecinos pedófobos porque, aunque no alcanzarán a verlo, la ONU prevé que al ritmo actual de fecundidad llegará el día que no quede nadie que moleste en San Antonio. Ni niños ni mayores, nadie. Aún molestarán una temporada algunos niños árabes, pero poco, que también los musulmanes entran en colapso demográfico al irse del campo a la ciudad. Vienen detrás de nosotros, pero van más rápido y las jóvenes tunecinas, turcas o iraníes ya están en los uno o dos hijos de media que se asocian al envejecimiento progresivo de la población.

Dice Goldman, un sociólogo, que ninguna civilización ha sobrevivido a la situación que vivimos en que un grupo de jóvenes mantiene a un número mayor de retirados mientras debe criar los niños que los mantendrán de viejos. Ya sabemos que hay sitios para que los niños brinquen sin estorbar, pero no sería niño, infeliz niño, el que no imagina algunas trastadas fuera de sitio, donde y cuando no le toca estar, y de las que pueda presumir de mayor. Siendo niño cuando toca, el adulto acepta que los niños son inquietos, hacen bulla, juegan al balón donde no pertenece y se les ocurren diabluras de eso, de niños. Si no entiende que lo propio del niño es una conducta infantil que exige del adulto atención continua, dedicarse a educarlo, «desasnarlo» que decía nuestro Ramón y Cajal, el adulto va a la suya y aparca al molesto niño delante de la niñera que es la tele o el PC. Como efecto secundario, luego lo tiene que llevar al psicólogo que lo cataloga de hiperactivo, lo hartan de pastillas que afectan al cerebro y la conducta para que deje de portarse como niño y quede artificialmente manso sin molestar a quien tiene el deber de educarlo: maestros, padres y vecinos, que antes lo corregían y educaban con más o menos cariño pero sin píldoras. Les dedicaban un tiempo y paciencia que ahora falta a muchos.

El niño al que no le dejan serlo lo paga de adulto. Aumenta el diagnóstico de adulto hiperactivo, con su dosis de pastillas, empezando por donde dan la pauta, los EE UU. Indicios hay de que se les diagnostica tan aprisa como a los niños, pero eso sostiene la cuenta de gabinetes psicológicos y laboratorios. Una sociedad hastiada de las risas de sus niños les roba sus vivencias infantiles, como a esas niñas sexualizadas como top models con tacones, bolso, carmín y tetero de marca: la ´Babymode´ sube sus ventas el 8,5% mientras las de ropa bajan con la crisis el 9%. Lo pagan en dificultades para desarrollar su propia identidad, anorexia y alteraciones del sentido de la autoestima. Porque saltarse la infancia conlleva angustias que después se toman su desquite.