Pasaron por Ibiza unos jóvenes camino de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid y entre los improperios recibidos destacó el economicista: que el dinero se puede mandar a África en vez de tirarlo en bobadas. No está claro si los que saben que lo cristiano no es reunirse con el Papa sino mandar dinero a África, tienen una remota idea de la colosal actividad de la Iglesia en ese continente, pero es claro que no consideran el parecer de Cristo mismo cuando sus discípulos murmuraban sobre el derroche del caro perfume con que alguien lavó sus pies. Y desde luego, en la isla que vive del turismo, estimar deficitaria la visita de un millón de personas riza el rizo de la demagogia. Cada vez que se mueve, le salen a la Iglesia consejeros entre gente que la desprecia pero sin embargo sabe lo que la Iglesia debería hacer y, sobre todo, debe dejar de hacer. Han decidido que, caso de dejarse ver, la Iglesia aparezca como asistenta social de los problemas intratables que nadie quiere para sí, pero debe guardarse de anunciar su mensaje en la plaza pública. O sea, que debe dejar de comportarse como Iglesia.

Este Papa, sin proponérselo, es especialista en provocar a nuestros consejeros, aunque él no varía su mensaje y el de Madrid ya lo anunció en Zagreb en junio: se ha empeñado en reevangelizar Europa, la idea más contracultural imaginable. Los prejuicios con disfraz de filantropía de consejeros oportunistas son parte del prejuicio anticatólico, punto básico del conformismo general en el que quien no manifiesta un fuerte sentir contra el Papa y su visita es visto como incurable apologista del abuso de autoridad de una teocracia despótica.

Mientras, el Papa defiende que la amnesia de las raíces principales de la civilización europea, junto a la marginación deliberada de la religión a la esfera privada, lo que él llama secularización, conducen a la civilización europea a autodestruirse. Mantiene que la religión es un elemento natural de la sociedad a la que constantemente recuerda su dimensión vertical: que oír a Dios es condición para buscar el bien común, la justicia y la reconciliación en la verdad. Que si prevalece la idea moderna que reduce la conciencia a algo subjetivo, de donde han sido expulsadas la religión y la moral, la crisis de Occidente no tiene remedio y Europa está destinada al colapso. Que redescubrir la conciencia como el lugar en el que oír a la verdad y el bien, el lugar de la responsabilidad ante Dios y ante nuestros semejantes, la convierte en muralla contra todas las formas de tiranía, y entonces hay esperanza para el futuro. No parece exagerar cuando la alternativa real que vemos es el consumismo sin límites y la tiranía que minorías vociferantes ejercen ya sobre las mayorías mediante una intolerancia cultural y social plasmada en esas leyes que previenen la ´discriminación´.