El balanceo del Ayuntamiento de Sant Josep entre aplicar o eludir la ley que nos ampara del estruendo intolerable de las discotecas se ha convertido en un paradigma de la ideología de la economía de mercado para someter el bienestar de la comunidad humana a los intereses privados. La oposición hace las propuestas, el grupo en el poder se abstiene para salvar la cara y la secretaria del Consistorio bendice la arbitrariedad de dejar para luego el cumplimiento de la ley.

Las cada año más numerosas víctimas de las discotecas no concilian el sueño, un tema que bate records en los veranos de Ibiza: la disco-hotel Ushuaïa está en proceso de convalidar el suyo al impedir el sueño a los vecinos del Puig des Molins a cinco kilómetros del lugar. Y el alcalde no solo no aplica la ley al Ushuaïa: con singular concepto de la igualdad de todos ante la ley, aprovecha para permitir que todas las discotecas del municipio se pasen la ley por el forro hasta que acabe la temporada. El alcalde de Sant Josep le llama a sus arreglos «tener la cabeza fría». Nadie sospechaba de Agustinet como paladín del imperio de la ley, al menos desde el precedente del mercado de los sábados en el hipódromo de Sant Jordi, cuando enseñó a mostrar comprensión con lo difícil que resulta a algunos comerciantes cumplir las normativas.

Han perdido los políticos el poder de escandalizar y sorprender, y representan ahora un negativo de las convicciones morales: retienen su autoridad formal pero no su credibilidad. Un espontáneo escribía al Diario digital con la malévola presunción del unto a estas autoridades tan comprensivas, tentadora respuesta inmediata aunque inadecuada. Innegable como es la tradición de connivencia y conchabeo que afectó a anteriores políticos y técnicos de Sant Josep, lo novedoso del asunto de las discotecas es que hoy la autoridad propone sacrificar el descanso nocturno de los ciudadanos en aras de los beneficios empresariales; que para no cumplir la ley nos quiere hacer creer que la disyuntiva es cumplir la ley o cerrar la isla, y que los vecinos deben elegir entre no dormir o perder su trabajo. Pero que nadie desconfíe de Agustinet y su cabeza fría, porque promete hacer papeles y que la ley se cumplirá en un impreciso futuro. De apagar la música ilegal como manda la ley y dejar dormir al barrio, nada. De dimitir por ineficaz, tampoco. Y no está solo en su afán de salvar el puesto de trabajo de los insomnes. Las alcaldesas de Vila y san Antonio, conscientes de la necesidad de pagar el tributo del sueño de sus vecinos a cambio del dinero de los after hours, parecen dispuestas a resucitar esa fuente inagotable de casos para los servicios de urgencias. La isla de la calma ha recorrido un largo trecho entre la nostalgia por su cultura desteñida y el cinismo descarado.