He leído el artículo de don Rafael Vargas titulado ‘Baal y Bes’ donde habla de los niños sacrificados al dios Baal antiguamente y a los abortos en la ‘isla de Bes’ actualmente. Yo no voy a entrar en el tema de los abortos que se producen en Eivissa y menos aún con el señor Vargas, que es médico y sabrá un millón de veces más que yo de qué habla, mientras que yo solo he sido padre de tres hijos, por el último de los cuales su madre dio su vida para que naciera.

Varios años más tarde me volví a casar. Como mi segunda esposa era holandesa, en 1984 tradujimos ella y yo un largo artículo del profesor Lipinski, de la universidad holandesa de Leiden, para el Museo Arqueológico del Puig des Molins. Además del Panteón fenicio (Tanit, Baal Hammon y otros) trataba de los sacrificios de sus niños primogénitos. Es una historia muy antigua que va desde Abraham, el patriarca de la Biblia, hasta la destrucción de Cartago por los romanos. O sea, que en el espacio de varios miles de años se ha escrito sobre ello.

En el Antiguo Testamento se hace mención a los diferentes sacrificios: los de los primogénitos, los de construcción (se construía sobre ellos) o como pago de promesas o ciertos preceptos rituales.

Yo que he sido padre y he conocido el momento más maravilloso que es tener el primer hijo (el primogénito), imagino qué cosa más horrible o qué sacrificio más sublime debía ser entregarlo, cuando tenía siete días de vida, al dios Cronos, a Baal o la divinidad que fuese, para ser sacrificado.

En muchísimos capítulos del Antiguo Testamento, Génesis, Éxodo, Reyes, Miqueas, etc. tratan sobre estas costumbres que, teniendo en cuenta la dificultad de las diversas traducciones de la Biblia, con los escritos hallados en Mesopotamia y en Palestina y con la supresión en algunos de ellos de las vocales, hacían muy difícil su comprensión, aunque podemos imaginar cosas que fueron, o que no fueron, o que acontecieron de una manera muy diferente de la que intuimos actualmente.

Lo que está claro es que sí existieron sacrificios de primogénitos, que después fueron reemplazados por niños comprados o hijos de esclavos, por niños israelitas que fueron reemplazados por animales primogénitos (el asno no servía) y el último de la cadena de los sacrificios fue el cordero pascual.

Pero volvamos a los sacrificios de niños. Tenían los fenicios una estatua de Cronos, en cuyas manos tendidas depositaban a los pobres niños que caían en un agujero de fuego que en el hebreo bíblico se traduce por tophet. Después esta palabra indicaba el lugar donde eran enterradas sus cenizas. El más conocido de todos es el tophet de Salambó, en Cartago. En Ibiza, que yo sepa, no se ha encontrado ningún tophet. Los colonos fenicios emigraron hacia el occidente mediterráneo: Cartago, Malta, Ibiza... y si bien llevaron con ellos los orígenes de su religión y de sus costumbres campestres, poco a poco estas se difuminaron y estos colonos se transformaron en ciudadanos. A pesar de todo, estas costumbres no se olvidaron y cuando Alejandro Magno sitió Tiro, en Palestina, en el siglo IV antes de Cristo, algunos ciudadanos propusieron establecer de nuevo el viejo ritual y sacrificar a Neptuno un niño de cada familia distinguida de la ciudad. Sin embargo, el Consejo de Ancianos se opuso a esta práctica. Leí hace muchos años un libro que decía que el unigénito murió en la cruz.

El señor Vargas dice en su artículo: «Europa tuvo suerte de que fuera Roma, con todas sus miserias, la que venció en las guerras púnicas y puso la base de nuestra civilización». Yo he visitado Pompeya y Cartago, la primera enterrada bajo las cenizas del Vesubio allá por los años 70 después de Cristo, y Cartago destrozada por los romanos allá por los años 150 antes de Cristo. Pompeya, una vez excavada, se puede ver como era hace ahora 1.940 años, con sus casas, sus palacios y hasta un lupanar, con unos canales de aguas sucias en medio de las calles, al aire libre, seguramente no exentos de olores pestilentes y que había que sortear con unas grandes piedras colocadas en el cruce de las calles (añadiré a título de anécdota que cuando los americanos avanzaban hacia Roma, durante la Segunda Guerra Mundial, Pompeya fue bombardeada porque pensaban que eran fortificaciones de los alemanes).

En Cartago, sin embargo, aún hay canalizaciones enterradas en el suelo, que 220 años antes Pompeya no conocía. No creo que los fenicios fueran tan malos y la prueba la tenemos aquí, en Eivissa, donde hay una gran cantidad de terracotas anteriores a la destrucción de Cartago, algunas de ellas verdaderas obras de arte, muy estilizadas, que estan cerradas a cal y canto en nuestros museos, que quizá algún día volverán a abrir.

Y volviendo a los sacrificios infantiles, yo creo que el verdadero sacrificado, los verdaderos sacrificados, debían ser los padres al ver a sus niños de siete días morir abrasados.