El trece de mayo de 1981 era yo seminarista del último año y ese día, miércoles, teníamos en la tarde una charla de formación a cargo de un profesor de la Universidad de Valencia. Sobre las seis menos cuarto, el rector nos avisó de que la conferencia quedaba suspendida: el Papa había sufrido un atentado grave en plena audiencia general de los miércoles, que en esa ocasión se celebraba por la tarde, y su estado era gravísimo.

Efectivamente, el 13 de mayo de 1981, al iniciar la audiencia general en la plaza de San Pedro, Juan Pablo II fue herido con un balazo en el vientre y otro en la mano izquierda, disparados por un joven turco de 23 años llamado Mehmet Alí Agca. En medio de la multitud que abarrotaba la plaza, el Papa sufría un intento de magnicidio. En Italia se desarrollaba por aquellas fechas un referéndum sobre la polémica ley del aborto. Para el mismo 13 de mayo estaba anunciada una gran manifestación, convocada en Roma por el Partido Comunista. Mientras tanto, el Santo Padre ese mismo día había fundado el Instituto de Estudios sobre Matrimonio y Familia en la Pontificia Universidad Lateranense y había creado el Consejo Pontificio para la Familia.

Eran las 17.19 horas cuando el ahora Beato Juan Pablo II se trasladaba en su vehículo, el popular ´papamóvil´, por la plaza de San Pedro. Daba la segunda vuelta, extendía sus brazos hacia los niños y saludaba a la multitud, cuando de repente se escucharon disparos dirigidos desde la multitud contra el vehículo papal. Las balas hirieron al Pontífice en el abdomen, el brazo y la mano izquierda. Una bala le perforó el colon e hirió también algunos puntos del intestino delgado, y después cayó al suelo del jeep, mientras que la otra, después de pasar por el codo y el dedo índice de la mano izquierda, prosiguió su camino hiriendo a dos turistas americanas.

Juan Pablo II, con el rostro pálido y las vestimentas blancas salpicadas de sangre, se quedó quieto por un instante, luego cayó dentro del vehículo y su conductor aceleró a través del Arco de las Campanas, entrando en el Servicio Sanitario Vaticano.

Tras una primera e insuficiente cura, el Papa fue llevado en ambulancia hasta la clínica Gemelli. Es curiosa la anécdota de que el día anterior el Papa había bendecido esa ambulancia en el Servicio Sanitario del Vaticano, y al derramar el agua bendita dijo también: «Bendigo al primer enfermo que llevará». ¡El primer enfermo que llevó esa ambulancia fue él mismo! Según el testimonio de algunos acompañantes, el Santo Padre estaba aún consciente; perdió el conocimiento al ingresar en el hospital por la abundante pérdida de sangre. Mientras le fue posible, oró en voz baja y pronunció palabras de perdón. En el Policlínico Gemelli, fue sometido a una operación quirúrgica de emergencia que duró 5 horas 20 minutos, que los médicos describieron al final como «exitosa», y durante la cual el médico personal, Renato Buzzonetti, le pidió al secretario particular del Papa, el actual cardenal Stanislao Dziwiwz que le administrase el sacramento de la unción de los enfermos, ante la gravedad de la situación.

Minutos después, la policía detuvo al autor material. El asesino había disparado con una pistola Browning de nueve milímetros al cuerpo de Juan Pablo II. Además del arma, se halló en su bolsillo una nota escrita en turco que decía: «Yo, Agca, he matado al Papa para que el mundo pueda saber que hay miles de víctimas del imperialismo». Agca, de confesión musulmana, declaró ante las autoridades ser «el instrumento inconsciente de un plan misterioso», cuya naturaleza no pudo ser resuelta por la investigación. En el mes de julio fue condenado a cadena perpetua y a la pena especial de aislamiento por un tribunal italiano.

Hasta ahí los hechos. Pero, lo interesante y que quisiera transmitir es la reacción de Juan Pablo II: oración y misericordia, unión con Dios y con la Virgen, y perdón. ¡Qué enseñanza más maravillosa y útil para nuestros días!

La oración fue el gran móvil de Juan Pablo II. Así, al despertarse de la anestesia en las primeras horas del jueves, lo primero que le dijo a su secretario fue: «¿Hemos rezado ya las Completas?» (es la oración que los sacerdotes rezamos al final del día, antes del descanso nocturno); ¡le parecía que estaba aún en el miércoles 13 de mayo y no recordaba haberla recitado!

El 13 de mayo de 1917 fue la primera aparición de la Virgen en Fátima y el 13 de mayo de 1981, el día en que intentaron matarlo. En sus reflexiones el Papa buscó una relación entre ello y, después de haber leído –hasta entonces se tenía como reservado– el tercer secreto de Fátima, no le cupo ninguna duda de que se refería a él: quedó convencido de que había salvado la vida (o mejor dicho, se le había dado nuevamente la vida) por la intervención de la Virgen. Una mano disparó y otra mano, la de la Virgen le salvó, desviando la bala.

Y junto a la relación viva con Dios y con la Virgen, el perdón y la misericordia con el agresor. En su primer discurso tras el atentado, el domingo siguiente, el 17 de mayo de 1981, tras celebrar la misa con su secretario, grabó un radiomensaje que fue difundido a las doce diciendo: «Me siento particularmente cercano a las dos personas que resultaron heridas juntamente conmigo. Rezo por el hermano que me ha herido, al cual he perdonado sinceramente. Unido a Cristo, sacerdote y víctima, ofrezco mis sufrimientos por la Iglesia y por el mundo. A ti, María, te digo de nuevo: Totus tuus ego sum».

En un escrito del 11 de septiembre de ese mismo año de 1981, el Papa escribía: «Deseo referirme al acontecimiento del 13 de mayo. Aquel día se encontraron dos hombres: uno que quería quitar la vida del otro, y aquel al que se pretendía eliminar. Pero la Providencia divina hizo que no le fuera arrebatada la vida. Y por eso este hombre puede dirigirse al primero, puede hablarle… Es importante destacar que ni tan siquiera un episodio como el del 13 de mayo sea capaz de abrir un abismo entre uno y el otro, a crear un abismo que signifique la ruptura de toda comunicación… La posibilidad de perdonar, acaecida incluso en la ambulancia que me transportaba al Gemelli, fue fruto de una especial gracia que me concedió Jesús, mi Señor y mi Maestro. Sí fue una gracia de Jesús Crucificado, que entre las diversas palabras pronunciadas en el Gólgota, antes que nada dijo: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen». El acto del perdón es la primera y principal condición para que nosotros, hombres, no estemos divididos y puestos uno contra el otro…». [n.b.: traducción del autor]. Tiempo después, Juan Pablo II visitaba a su agresor en la cárcel romana de Revivía.

Sí, treinta años de aquel atentado que manifestó cómo el Beato Juan Pablo II tenía espíritu de confianza en Dios y en la Virgen, de oración siempre y en todas las circunstancias, capacidad de perdonar por encima de todo. ¡Ojalá aprendamos todos esa lección! El mundo será mejor y nosotros seremos más felices. Con ese espíritu he querido recordarlo y compartirlo con vosotros, queridos lectores de este texto, especialmente en Ibiza y Formentera.