En ocasiones, el humilde columnista se ve obligado a desafiar a todo un pueblo, porque los finlandeses nos deben una explicación. Pedagogos y demagogos –dejo la diferencia a quien sepa encontrarla– nos han martirizado durante años con el cacareado modelo educativo finlandés. En su aclamada versión, las aulas de ese país acuñaban un dechado de tolerancia, acogida, espíritu igualitario, la inevitable solidaridad y demás virtudes de un pueblo ejemplar, vinculadas asimismo a la calidad de su vodka. Sin embargo, ahora resulta que las laureadas instituciones educativas finesas egresan un veinte por ciento de titulados racistas que votan al partido Auténticos Finlandeses, una denominación que sonrojaría incluso al Aznar de la «mujer mujer».

Nuestra reclamación se extiende por fuerza a los inquisitoriales redactores del informe Pisa, emperrados en humillar a los adolescentes españoles por comparación con los cultísimos finlandeses. Siempre pueden alegar que en Helsinki y aledaños se suministra a los discípulos una excelente preparación para la xenofobia, porque alguna responsabilidad debe recaer sobre los hasta ahora catones y aristóteles que enseñan en las escuelas nórdicas. En Suecia y Finlandia se multiplica la extrema derecha. Conociendo a los expertos en explicarlo todo cuando ya ha ocurrido, pronto leeremos un informe que asegure que el fracaso escolar protege contra el racismo. Lo pueden firmar los autores de las descalificaciones precedentes.

Al celebrar a los Auténticos Finlandeses, no podemos regodearmos en el autocomplaciente «ya os lo advertimos». Debimos estar más atentos cuando recibimos una primera señal de alarma, las matanzas periódicas que se suceden en los centros educativos del país nórdico. De repente, el alumno de un edificante instituto finés la emprende a tiros contra sus compañeros. Esta costumbre no se ha exportado todavía a los centros autóctonos, pero no descartemos que un fanático del papanatismo educativo finlandés proponga el reparto de rifles de repetición modélicos a los alumnos.