Se veía venir. Lo que cualquier persona que se dedique a la tarea bien ingrata de la investigación en el reino de España ya sabía, se confirma ahora de manera oficial. El peor Gobierno que ha existido en los tiempos democráticos se gana con holgura el suspenso también en aquello que hace a la administración de las tareas investigadoras. El Ministerio que lleva el nombre bien pomposo de Ciencia e Innovación dejó sin gastar casi el 25% de su presupuesto en 2010, y eso en un año en el que, por razones atribuidas desde las alturas a la crisis económica, el mundo de la investigación científica había sufrido un recorte considerable de sus fondos. Pero haciendo historia, la incapacidad del Ministerio que dirige (?) la señora Garmendia no es nueva. Si este año solo ha sabido gestionar el 75,9% de sus dineros, en 2009 la cifra fue apenas algo superior, menos de dos puntos. Vaya panorama. El presidente del Gobierno había puesto su mirada en la ministra a la hora de elegirla como tal porque provenía de la industria privada y, aunque cabía suponer que ignoraría casi todas las claves de lo que es el entramado del trabajo universitario o, ya que estamos, del propio del Consejo Superior de Investigación Científicas (CSIC), las virtudes de una persona así a la hora de manejar los fondos disponibles quedaban garantizadas.

No ha sido así. El fiasco se veía venir pero lo que más sorprende es que no solo haya sido la ministra la inútil, sino que en esa misma calificación quepan sus subordinados. Algo en verdad extraño porque algunos de los más significados venían del propio CSIC. Con uno de ellos, Carlos Martínez –presidente antes del mayor organismo de investigación que existe en España– la ministra Garmendia tuvo tantos enfrentamientos que a la postre el Gobierno le destituyó. Lástima que no hiciera lo mismo con la ministra. Pero su incapacidad, ya digo, ha alcanzado de manera escandalosa a secretarios de Estado –¡Dios mío, el que sustituyó a Martínez!–, directores generales y coordinadores de áreas esenciales. A la postre, la investigación se encuentra en nuestro país donde la han llevado: sometida a las dudas acerca de los criterios que se aplican (si hay alguno que vaya más allá del clientelismo), los fondos de los que se va a disponer y la manera como van a gestionarse estos.

Todo eso ha sucedido mientras desde el propio Gobierno nos vendían la moto de la importancia del I+D+i para el futuro económico de España. Bien negro sería éste si depende de lo que se promueve en el sector. Por suerte, y como siempre sucede, la buena voluntad y el trabajo de los investigadores mucho más allá del que el deber exige harán que la ciencia española mantenga los niveles de excelencia con los que cuenta. Y no al margen de las autoridades ministeriales sino pese a ellas. ¿Hace falta un ejemplo? Ahí va: la ministra y sus muy eficaces subordinados dieron de forma directa y sin concurso alguno siete millones de euros, de acuerdo con el BOE del 31 de octubre de 2009, a una fundación que promueve la cocina vasca. Se ve que para eso sí que saben gastarse los fondos.