El Parador que construyen en lo más alto de Dalt Vila atrae críticas por constituir un asalto visual, pero tiene el mérito de probar que nuestros gobernantes se identifican con la norma emblemática de Ibiza, la de transgredir las normas. La autoridad predica con el ejemplo y no permite que quienes construyen en los perfiles de las montañas y vulneran manifiestamente normativas urbanísticas las contravengan más que ella, que es quien las dicta. Con el edificio del Parador se simboliza que, en la isla de la infracción, el que manda es el primero en incumplir sus propias reglas y lo hace en el lugar más ostentoso, con una aproximación exhibicionista ciertamente isleña. El Parador da un perfil nuevo a Dalt Vila y tapa desde muchos ángulos la catedral que coronaba la ciudad vieja, que acaba ahora en meseta, de modo que el turista que llega a Ibiza tendrá como primera impresión desde el avión o el barco la de haber equivocado el destino ante una silueta de la ciudad diferente a la universalmente conocida hasta hace meses.

En Roma también se empeñaron los gobernantes del siglo XIX en construir un edificio ostentoso, el altar de la patria, que fuera más alto que la cúpula del Vaticano, algo así como quedar por encima de Miguel Ángel a base de metros, y la lentitud en acabarlo dio tiempo a Mussolini para arremangarse y coger el pico para hacer sitio al Monumentissimo, que los romanos comparan con variedad de objetos jocosos y asocian al Duce por los discursos que gustaba dar con el edificio como fondo. Se ve desde toda Roma, como nuestro Parador, y también es plano, pero a los romanos, además de hacer bromas, les sirve de aviso contra megalomaníacos como el Duce, que al fin reinauguró el edificio unos centímetros más alto que la cúpula que le quitaba el sueño.

Los romanos saben aceptar su historia, incluso la mala, que reconocen ser la suya e imposible de cambiar; la mala les sirve como ejemplo de lo que no se debe repetir. Otros pueblos persiguen el imposible de borrar su propia historia a base de destruir lo que se la recuerda, como si el pasado que no soportan no hubiera existido, la mejor manera de darle la oportunidad de repetirse.

Tiene relación la desmemoria histórica con los modos de quienes metidos ahora a empresarios del patrimonio público sin examinarse previamente en el privado, perpetran atropellos con la prepotencia que algunos creían exclusiva del régimen anterior, y demuestran que borrar la historia, no aprender de ella y repetirla, no son tres sino la misma cosa. Estos empresarios de lo público han descubierto que eso del respeto al entorno y la historia son ganas de fastidiar cuando ellos añaden metros de altura a las construcciones, y que las normas las hacen para que los demás las cumplan. El Ayuntamiento de Eivissa hizo una demostración no hace mucho con un aparatoso ascensor que las protestas consiguieron frustrar. Con Eivissa Centre explotaron el descubrimiento de las posibilidades que da el aprovechamiento de los aires para aumentar volumen edificado donde el aprovechamiento del terreno no da de sí. El cambio de aspecto de Dalt Vila queda ya como símbolo de la transgresión manifiesta de la norma, ejemplo del desacato exhibido tan alto y ostentoso por los encargados de evitarlo, que un efecto adicional será que otros lo usen como argumento para legalizar sus tropelías urbanísticas. Si legalizan el engendro, tendrán que incluir en las normativas de urbanismo la prohibición expresa de imitar el ejemplo de la autoridad.