Dice una encuesta entre la población balear que más de seis de cada diez ciudadanos cree la inmigración negativa para las islas. Y el 53% cree que los emigrantes no se integran. Llamativos resultados para una población repleta de inmigrantes en las últimas décadas. Y contradictorios con el multiculturalismo teóricamente consagrado y en apariencia intocable.

El fenómeno no es ibicenco ni balear, hace tiempo que recorre toda la Europa llena de inmigrantes: leyes estrictas en Italia, partido antiinmigración puntero en Holanda, el libro de Sarrazin en Alemania, actitudes y partidos con gran apoyo popular en países como Dinamarca y Suecia, impensables hace bien poco: ha tenido que ser una crisis económica la que aporte luz sobre el calado real que el multiculturalismo tiene en la sociedad europea. La eurodiputada del PP Rosa Estaràs, que está detrás de nuestra encuesta, da una clave para entenderlo cuando aduce que solo el inmigrante que llega «con papeles» (quiere decir con contrato de trabajo) está en situación de integrarse. Ve posible Estaràs una solución tecnocrática a un problema humano de verdadera emigración de pueblos como el que vivimos cuando lo pretende reducir al provecho que el inmigrante suponga para las necesidades laborales del momento económico local. Estaràs sigue la línea que no quiere ver que muchos inmigrantes han venido para quedarse, traer a sus familias a vivir a una sociedad económicamente desarrollada, e integrarse a su modo, no al requerido por un multiculturalismo que los acepta a cambio de que diluyan su cultura y la reduzcan a manifestaciones coloristas o a la esfera privada.

Ese es el concepto de multiculturalismo en que basan Zapatero y otros su idea de la tolerancia, en definitiva que no hay nada que tolerar porque todas las culturas tienen el mismo valor, nada contienen que no pueda reducirse a una opinión personal y a la vida privada, so pena de ser clasificado como fundamentalista, el gran pecado contra el multiculturalismo, para el que fundamentalista no es el de la bomba en la cintura sino el que mantiene que existen principios que están por encima de lo que interesa en cada momento, de lo mutable, economía incluida, por supuesto.

La dilución de nuestros valores culturales la hemos hecho nosotros, los que estábamos aquí, ante inmigrantes asombrados del espectáculo de que una sociedad renuncie oficialmente y en la práctica a su modo de ser y que quien lo quiera mantener sea acusado de intolerante e ignorante. Porque la tolerancia hacia otras culturas del multiculturalismo en boga en Occidente tiene la inconsistencia de no considerar ninguna cultura con base suficiente para que merezca luchar por ella; las iguala a todas en valor, o mejor, no reconoce valor alguno a ninguna de ellas que no sea una especie de folklore, manifestaciones externas que no apelan a cimientos inamovibles.

La sociedad occidental que ha renunciado a sus cimientos tiene como único cimiento ahora el triunfo de la idea del liberalismo progresista de que que todo es revisable según las necesidades del momento, nada es perpetuo ni intocable al no existir una norma superior que lo sea: no hay instituciones, ni ideas, ni moral que sean respetables por sí mismas, solo su funcionalidad las justifica mientras sigan siendo útiles. Ahora pide el imposible de que los otros se pongan en la misma situación, que renuncien también a lo que los identifica para poder integrarse en el magma amorfo en que hemos convertido nuestra propia sociedad.

Por eso se hacen algunos la ilusión de que unos papeles solucionen un problema humano de dimensiones históricas, la emigración de pueblos que ha traído entre nosotros a gentes que no renuncian a los valores que su cultura tiene como innegociables. Renunciamos nosotros, ellos ni renuncian ni nos comprenden, y muchos ven nuestra renuncia como prueba definitiva de que somos indignos de ocupar la tierra que ocupamos.

El multiculturalismo, esa idea de vaciar de contenido las culturas para hacerlas compatibles a todas, ha demostrado su ingenua superficialidad y se ha ido al paro, se ha quedado sin base en que apoyar la salida de su crisis y piensa en solucionarla con papeles.