El incendio de Benirràs, Ibiza, ya está controlado. Los pobladores han vuelto a sus casas, y, por supuesto, los turistas han regresado a las playas. La Agencia Europea de Medioambiente (EEA) señala que el 95% del área que cada año se quema en la Unión Europea pertenece a la zona mediterránea. Sin embargo, ha sido la primera vez que se declaraba un incendio de nivel 2 en Baleares, al verse afectados núcleos habitados. En estos casos la seguridad de las personas se prioriza antes que la extinción del fuego.

Benirràs es una pequeña cala situada entre acantilados y colinas coronados de pinos, en el municipio de Sant Joan de Labritja. El lugar se ha hecho conocido por los grupos que tocan tambores al caer el sol. Este espíritu hippy fue interrumpido por un incendio provocado, según las autoridades, por una negligencia en una cueva cercana a la zona de aparcamientos.

Si bien se ha podido controlar, que no es lo mismo que extinguir, se han quemado más de 350 hectáreas de superficie, principalmente boscosa. Las tareas se han visto dificultadas por los cambios del viento, el tipo de terreno, las pendientes, la vegetación, las altas temperaturas y la baja humedad.

Las áreas quemadas pierden mucho valor paisajístico, pero es un hecho que en los ecosistemas mediterráneos el fuego ha modelado el paisaje. Muchas especies se han adaptado y han generado defensas naturales contra los incendios: el alcornoque presenta una corteza muy gruesa y aislante, el roble tiene gran capacidad de rebrote, otras especies desarrollan raíces profundas o tienen semillas con cubiertas duras. Incluso especies como el pino blanco, rico en resinas, dependen del fuego para su propagación y suelen ser los primeros colonizadores del espacio quemado. Cuando llegan a una determinada altura crean condiciones para que nuevas especies puedan crecer.

De cualquier manera, la naturaleza está preparada para defenderse ante los incendios naturales, pero no tiene la suficiente capacidad de respuesta ante los incendios causados por el hombre y las consecuencias pueden ser devastadoras. Los daños provocados por los incendios se suelen medir en términos de la población, sobre todo si hay pérdidas de vidas o si las personas sufren quemaduras o inhalan humo. Además, se toma en cuenta la pérdida económica que se origina al quemarse edificaciones y afectarse las actividades productivas. Se consideran los bienes, pero muchas veces se dejan de lado los elementos que conforman los ecosistemas y sus funciones:

– El suelo. Los cambios más significativos se producen en el suelo, el cual, a causa del calor, pierde humedad y materia orgánica, lo que ocasiona cambios químicos y biológicos. Estructuralmente se vuelve poco cohesionado, lo que aumenta el riesgo de erosión, un riesgo que se incrementa con la llegada de las lluvias, que pueden originar avenidas y riadas.

– La atmósfera. Los incendios emiten humos que, como pudimos ver en el reciente caso de Rusia, pueden llegar a las ciudades afectando la visibilidad y la respiración de las personas. Por otro lado se emiten gases de efecto invernadero.

– El agua. El agua de las cuencas incendiadas recibe cenizas, se enturbia y no deja pasar la luz del sol, alterando la fotosíntesis de las plantas acuáticas. Las partículas sólidas en suspensión también provocan alteraciones en el sistema respiratorio de la fauna acuática. Como al suelo le tomará un tiempo recuperar su humedad, los acuíferos tardarán más en llenarse.

– La flora. Un incendio no solo elimina y daña visiblemente a las plantas. El aumento del pH (el suelo pierde la acidez que aporta la materia orgánica) dificulta el desarrollo de algunas especies, los residuos muertos son focos de enfermedades y plagas y la pérdida de cobertura hace que se alteren los ciclos hídricos de evaporación y transpiración, lo que reduce localmente las precipitaciones. Además, sin la protección de los árboles, los rayos del sol llegan más rápido a la tierra y se pierde una barrera de contención de vientos.

– La fauna. Los animales pierden fuentes de alimento y refugios. Muchos huyen, haciendo que se rompa el equilibrio de los ecosistemas. Las especies que se mueven lentamente, mueren. Se ven especialmente afectados los reptiles y anfibios, que son muy vulnerables ante el calor.

Los daños sobre la naturaleza, el paisaje y la biodiversidad son muy grandes y no todas las aves son como el fénix. Ahora la zona debe ser limpiada para poder volver a ser reforestada, pero no será tan sencillo. Desde las diversas entidades especializadas en medio ambiente de Balears se ha confirmado que los pinos tardarán al menos quince años en llegar a los dos metros de altura, y veinte años si queremos volver a ver la zona natural protegida tal y como estaba.

Y mientras tanto los habitantes de Benirràs ya han vuelto a sus casas, y los turistas han regresado a las playas. Los tambores suenan y seguirán sonando cuando se pone el sol.