Es una evidencia que la política de protección del bosque en Ibiza ha enseñado sus flaquezas. Como lo es que el modo de atajar los incendios forestales en la isla fracasa estrepitosamente. Fue la suerte, el cambio en la dirección del viento hacia el mar, el factor que evitó que el incendio llegara a Portinatx o subiera a Sant Joan la noche del 24 de agosto. Se repetía lo sucedido hace un año en el incendio de Xarraca: el viento nos salvó.

No les gustan los cortafuegos, como si fuera cuestión de gustos, pero en contra de la voluntad de las autoridades, un cortafuegos colaboró a detener el incendio de este año: el desierto dejado por el incendio de Xarraca del año pasado.

Estaban casi todos los políticos en Benirràs constatando el fracaso de su política de protección del territorio: el fuego origina incendios incontrolables en bosques en estado de abandono como los de Sant Joan, inaccesibles e impenetrables. Ninguno ha dimitido. Tampoco pedirán una auditoría de sus imprevisiones. Pero no pueden evitar la pregunta: ¿dónde estaban antes del fuego? Aparte teorías paranoides de intencionalidad, que siempre surgen al calor del fuego, sabemos que el bosque mediterráneo sufre incendios, que son parte de su historia y hasta de su ecología.

La vigilancia para evitar excesos en áreas protegidas se ha convertido en una expropiación de hecho en la que unos juegan desde un despacho a prohibirlo todo, mientras anulan a los propietarios y habitantes de la zona, los más interesados en que no arda el bosque: el del despacho los deja fuera de la ley si hacen algo que la prudencia aconseje, con la consecuencia de que no hay hoy nadie en Sant Joan que no esté fuera de la ley.

El control político a distancia del bosque se riñe en la práctica con su conservación porque lo deja inaccesible e impenetrable y lo convierte en víctima ideal del fuego. De ahí el preguntarse dónde estaban esos políticos antes del fuego. Estaban en dejarlo crecer a su antojo, en sospechar intenciones inconfesables del que propone arreglarlos y en recelar de todo lo que signifique su aprovechamiento económico, cosa que algunos puristas olvidan que también había sido una tradición arraigada en la isla. El carbón, la madera, los productos derivados de la savia, las sabinas de los techos, salían del bosque en la Ibiza de siempre, un bosque al servicio del hombre.

Hay como una ilusión de museizarlo, de protegerlo del hombre que lo explotó siempre, pero el bosque no se deja museizar, se mueve con el oportunismo propio de las plantas y se apodera de su entorno. Dejarlo a su antojo acabaría pronto con todas las construcciones del campo ibicenco para satisfacción de prohibicionistas o convertido en un infierno al primer fuego. Los lamentos en cada nuevo incendio –«lugar inaccesible, bosque impenetrable»– son la excusa del momento para dar la exclusiva de la extinción a unos medios aéreos de eficacia muy limitada pese a su espectacularidad. ¿Se han enterado las autoridades cara al próximo incendio? ¿o van a esperar a oler a humo para venir a hacerse fotos? Será innecesaria su presencia si ordenan accesos por tierra para detener el fuego sin depender en exclusiva de medios aéreos y cambios del viento. Para eso deben deponer antes su actitud de extrema desconfianza hacia la gente que habita el campo, que en su inmensa mayoría quieren conservar el hábitat que les convenció para vivir allí, no destruirlo.

Los propietarios del bosque son conscientes del peligro desde generaciones y claman por su limpieza. Se subvencionan muchas cosas, pero en la limpieza del bosque solo hay actuaciones mínimas. De aquí al próximo y seguro incendio hay que ver el modo de que los más interesados en que no los haya, propietarios del bosque y habitantes de las zonas rurales, no sean a la vez los más ignorados en las soluciones para detener los incendios. Sin el acuerdo entre ellos y las autoridades para la limpieza y explotación racional del bosque y para hacer accesibles las zonas en previsión de los habituales incendios, en el próximo incendio dependeremos otra vez de los caprichos del viento.