El incendio de Benirràs ha arrasado uno de los parajes naturales más valiosos de Eivissa y ha dejado un triste paisaje ceniciento donde antes lucía el intenso verdor de una espesa masa forestal. Pero tan desolador como el escenario carbonizado de Benirràs es el penoso espectáculo de enfrentamiento público entre responsables de los distintos organismos implicados, desatado antes incluso de que se hubieran apagado los rescoldos del fuego. No es esa la respuesta que los ciudadanos esperan de sus dirigentes. Los desencuentros entre las instituciones son devastadores como las propias llamas porque conducen a la inoperancia e impiden tomar las decisiones que eviten en el futuro otro desastre similar. Y, por si fuera poco, abonan todavía más la desconfianza hacia la clase política.

Del talante del alcalde de Sant Joan, Antoni Marí, cabía esperar que se pusiera de inmediato a promover actuaciones concertadas para evitar que en el futuro vuelva a producirse un siniestro así, no que comenzara a descargar responsabilidades sobre las demás administraciones para diluir las del propio Ayuntamiento. Sin duda Marí hubiera actuado con más tiento si los responsables de las demás instituciones hubieran sido de su mismo partido.

El alcalde tiene razones para estar enojado si quienes estaban al frente del dispositivo de extinción le ningunearon y despreciaron el asesoramiento de aquellos que mejor conocen el terreno, y es verdad también que Sant Joan carece de medios para controlar por su cuenta la masiva afluencia que se produce en verano en la playa de Benirràs. Pero no le falta razón tampoco a la delegada insular del Gobierno, Sofía Hernanz, cuando replica al alcalde que es él quien en primer término ha de decidir –porque le corresponde legalmente– cómo quiere ordenar los accesos, el aparcamiento o la prevención de incendios en Benirràs; por mucha voluntad de colaboración que exista por parte de Interior, la actuación de la Guardia Civil requiere previamente una regulación municipal que hacer cumplir, una norma a la que atenerse. Y todo ello asumiendo ya de antemano que cualquier ordenación sensata exigirá restricciones que levantarán protestas tanto de los usuarios de la playa como de los empresarios que explotan negocios en ella.

En el incendio de Benirràs no se regatearon esfuerzos ni medios, pero a pesar de la concentración extraordinaria de recursos en el dispositivo de extinción, que contó hasta con trescientas personas y dieciséis aeronaves, el control de las llamas se demoró demasiado y el fuego devoró una superficie excesiva. Es preciso saber si esa demora fue inevitable a causa de las condiciones atmosféricas y la configuración del terreno o si también influyeron en ella decisiones operativas equivocadas, como ha insinuado el propio alcalde de Sant Joan.

La mejor gestión contra los incendios forestales es la que contribuye a evitarlos, de manera que es preciso diseñar y ejecutar sin más dilación planes de prevención para proteger nuestra riqueza forestal y para que, en caso de incendio, puedan minimizarse los daños. Abrir cortafuegos y vías de acceso por tierra a las zonas de bosque más densas e inaccesibles seguramente resultaría de utilidad. Eivissa dispone desde hace años de una buena dotación de medios aéreos para reaccionar en muy poco tiempo y con eficacia cuando se declara un fuego en el bosque; gracias a ellos la superficie quemada se ha reducido drásticamente. Sin embargo, los medios terrestres son insuficientes y manifiestamente mejorables, a juzgar por las denuncias de los bomberos y el personal del Ibanat destinado en Eivissa.

Lo que ha pasado en Benirràs se veía venir porque, con fiestas o sin ellas, se había renunciado a ejercer el menor control sobre las aglomeraciones que soporta la playa y sus efectos. Eran ya muchos años dejando hacer y tentando a la suerte. Haber advertido de los riesgos no exime de responsabilidad a quienes tenían la obligación de actuar y no lo hicieron. Todas las administraciones involucradas han pecado por desidia: el Ayuntamiento, por descontado, pero también el Govern balear y el Consell de Eivissa por no complementar sus medidas de protección territorial con un plan de gestión acorde con el valor medioambiental que tiene la zona. Sin embargo, no tiene ningún sentido enfrascarse ahora en un intercambio de reproches en el que cada cual culpa a los demás y elude cualquier autocrítica. Es hora de extraer consecuencias y de pensar en el futuro, de ponerse a trabajar codo con codo para paliar los daños y no repetir otra vez los mismos errores, de afrontar otras situaciones de alto riesgo similares a la de Benirràs que existen en la isla y de conjurar los peligros antes de que sea demasiado tarde.