La legislación alemana contra el ruido ha hecho saltar las alarmas. Atendiendo a las quejas vecinales se han cerrado dos guarderías infantiles.

Curioso: en España las primeras guarderías se llamaban ´kindergarten´ o su traducción del alemán, ´jardín de infancia´. Desde el siglo XIX los niños alemanes fueron presentados como terribles en Max y Moritz, de Wilhelm Busch, que inauguró una tradición que aquí cuajó Escobar con Zipi y Zape. No es así en todas partes: los niños franceses y belgas fueron buenos desde Tintín (1929) y no se hicieron terribles hasta finales del siglo con El pequeño Spirou y Titeuf. No toda la educación es silencio, por supuesto. Contra su fama en la ficción, los niños alemanes eran silenciosos y no solían descubrir su capacidad de dar voces hasta que llegaban a la juventud y a Mallorca.

El problema alemán se arregla con un poco más de educación y otro de insonorización pero para un español es un conflicto inconcebible. Somos el segundo país más ruidoso del mundo y nuestros niños se aplican en aprender a dar voces. Gritan como cualquier niño del mundo (en agudo, porque su voz está adaptada para advertir del peligro, y sin causa, porque están probando su aparato fonador) y, como cualquier niño del mundo, dejarían de hacerlo si un adulto los reprimiera. Pero el español adulto, especialmente la subespecie maleducada, suele estar dando voces a otro adulto y sólo acalla a su hijo de madrugada, por semana y si él quiere dormir. El resto del tiempo defenderá sus aullidos como un derecho humano, como libertad de expresión...

Este verano la empleada de un ferry le pidió a una madre española que contuviera un poco a sus hijos y ella, a voces, reclamaba que la nave careciera de guardería donde pudieran «comportarse como niños». Niños de otros países contemplaron la escena sentados en silencio junto a sus padres.