Veinticinco años después de que Gustavo Bueno publicase ´El animal divino´ la tesis central del libro se confirma abrumadoramente, ya que de forma universal y rotunda, con la adoración urbi et orbi al pulpo ´Paul´ que estamos viendo y viviendo. Bueno tenía razón y ni de forma empírica se puede casar su sentencia.

Como se sabe –y quien no lo sepa es culpable de ignorancia porque mira que se ha hablado al respecto y está al alcance de cualquier persona alfabetizada–, Gustavo Bueno sostiene en su libro que las religiones se establecen no por la relación de los hombres con Dios sino con los animales. Tal es la fase primaria de lo sagrado: las cuitas con unos númenes –con ciertos animales– en parte parecidos a nosotros, con los que es posible un toma y daca.

En la segunda fase, esos animales se proyectan no ya como pinturas en las bóvedas de las cuevas sino en la bóveda celeste: la mitología griega y sus derivadas. En la tercera fase, la propia de las religiones superiores monoteístas, la divinidad se distancia hasta el infinito y es prácticamente inefable como ocurre, asimismo, con el Dios de los filósofos.

Pues bien, como todo es dialéctica y como ya decía Bueno hace un cuarto de siglo, las fases primaria y secundaria están regresando con fuerza. Y ahí aparece ´Paul´, en el altar de la televisión, centrando la atención y hasta marcando la suerte que es función genuina de los habitantes el Olimpo y de paso certificando la tesis central de aquel libro que no sólo está de plena actualidad sino que se refuerza con los hechos.

Las sociedades avanzadas tienen rasgos –y rasgos fundamentales– propios de los grupos primitivos. El culto al gran pulpo a través, encima, de la televisión –máquina de clarividencias, como también ha señalado Bueno en otro ensayo– cierra el círculo del eterno retorno, explica el fútbol como ceremonia capital y permite asegurar que todo está escrito aunque muy pocos lo lean: ¿cabe mayor primitivismo?