Mucha gente hay convencida de la asociación entre ondas y cáncer. Hace unos años fue el miedo a las emisiones de cables de alta tensión, y en manifestaciones ante ayuntamientos se acusaba de asesinos inconscientes a los responsables de que los cables cruzaran la geografía ibicenca: cuando la OMS publicó el largo y costoso estudio que no encontró asociación entre cables de alta tensión y cáncer, pasó inadvertido. Pudo influir que para entonces el miedo ya se había trasladado a las ondas de antenas de telefonía móvil. Pero el estudio sobre la asociación entre móviles y cáncer, también largo y costoso, acaba de publicarse y vuelve a pasar inadvertido. Los dirigentes de diversas asociaciones y los espontáneos presuntamente informados, que alarman a la población contra las ondas de móviles y sus antenas, no muestran la misma diligencia para tranquilizarla cuando hay buenas noticias. A alguno de ellos se le adivinan tintes políticos que pueden ser la razón de su silencio cuando, como ahora, ven alejarse el fantasma del cancer. Porque estos dirigentes suelen tomarla con los alcaldes, a alguno de los cuales vimos acusado en el Diario de Ibiza de «irresponsable cuando está en juego la salud de los vecinos y de los niños». También vimos en algún ayuntamiento de la isla a dirigentes de la oposición utilizar el asunto de las antenas para hacer política de manera dudosa. Y vimos a algún alcalde jugar a salvarnos del cáncer al verse presionado por los vecinos angustiados. De todos modos, en esto no nos distinguimos del resto.

Sabido es que la intensidad de la exposición a las radiofrecuencias de las estaciones-base del sistema de teléfonos celulares tiene poca relación con la distancia a las estaciones mismas, que emiten desde una altura considerable e irradian la energía con un ángulo de unos 6 grados respecto al horizonte, de modo que la exposición cerca de la base es escasa: se trata de conseguir que la onda llegue lejos, no de que haya que ponerse bajo una antena para hablar por el móvil. Pero como las ondas no se ven y las antenas sí, son éstas las que se asocian en la mente popular al miedo al cáncer. El estudio Interphone que publica el ´International Journal of Epidemiology´, realizado en 13 países, sobre miles de casos de gliomas, meningiomas, neurinomas, y tumores de la glándula parótida, con sus controles entre usuarios frecuentes de móviles, no encuentra un aumento del riesgo de cáncer cerebral entre los usuarios de esos teléfonos. El dudoso aumento de la incidencia de algunos tipos de tumores se debe, según los autores del estudio, a sesgos y errores que rechazan la relación causal. Pero ante la duda, los estudios proseguirán. Lo que es seguro es que los decididos a toda costa a asociar ondas y cáncer se sentirán frustrados y pondrán en duda la fiabilidad de estudios científicos impecables. De hecho ya lo hacían antes. También cuestionarán los trabajos del comité científico de la UE sobre los efectos de la exposición a los campos electromagnéticos, que coinciden con los de Interphone y descartan que las antenas provoquen síntomas como cansancio crónico, migrañas, mareos, dificultad de concentración...: la ficticia ´hipersensibilidad electromagnética´. Y en base a las líneas de evidencia actuales descarta que los campos de radiofrecuencias afecten a la reproducción o al desarrollo animal o humano, dañen al DNA o tengan otros efectos sobre la salud humana. Los forofos del binomio ondas-cáncer no, pero dirigentes sociales responsables y políticos, en el poder o en la oposición, están obligados a leer estos informes y basar sus declaraciones y decisiones en ellos y no en oportunismo y demagogia.