El presidente Zapatero tardará en olvidar el miércoles 12 de mayo, día de San Pancracio. Ha sido su jornada parlamentaria más amarga. El día en el que, obligado por nuestros socios avalistas de la Unión Europea y apremiado por el propio Obama, ha tenido que reconocer el fracaso de todas las medidas emprendidas hasta ahora para frenar el déficit anunciando un plan de recortes drásticos en el gasto público. Recortes sociales a pensionistas, madres, dependientes, planes de obras públicas, sueldos de funcionarios y presupuestos de las comunidades autónomas. Un ajuste de caballo.

Nunca antes ningún presidente se vio en semejante trance. El plan que Zapatero nunca habría querido anunciar y que, de hecho, se negaba a admitir hace sólo una semana cuando tras la reunión con Rajoy negó la urgencia del ajuste, hablando de recortes graduales del déficit, pero nunca de golpe y nunca empezando por donde hoy anuncia que tiene intención imponer el Consejo de Ministros en su reunión del viernes. A mi modo de ver, en términos políticos, la jornada parlamentaria fue una victoria del líder de la oposición. Rajoy que estuvo duro, de una dureza rayana en la crueldad –habló de España como de «un protectorado» al que por causa de los errores del Gobierno nos imponen desde fuera medidas de ajuste que no quiso Zapatero tomar desde dentro–, no desaprovechó la ocasión para recordar que el Gobierno había perdido dos años por no atender los planteamientos de la oposición. Pero no se quedó ahí: avanzó diez medidas para completar el ajuste –entre ellas la supresión de tres ministerios y la reconversión en dos de otros cuatro–, que dejó definitivamente descolocado al presidente del Ejecutivo...

Y falta ver qué dicen los sindicatos, porque el anuncio de recortes en los sueldos de los funcionarios, incumple el pacto firmado hace apenas dos meses por la vicepresidenta De la Vega. No creo que Zapatero olvide este día de San Pancracio, sin duda su jornada parlamentaria más amarga.