Interceptar mensajes, cosa propia de la guerra, también es tentación de jugadores de ventaja y buscadores de información privilegiada. Las conversaciones telefónicas de Matas y su abogado, que un juez ordenó interceptar y publica Diario de Ibiza, nos han convencido, antes del juicio, de que el ex presidente del Govern balear era consciente de transgredir la ley y consideró la fabricación de pruebas para su defensa. Coinciden circunstancias con las escuchas del caso Gürtel declaradas ilícitas y anuladas, incluido que el partido político vapuleado sea el mismo. Pero por más que se anulen por incumplir requisitos legales, las escuchas han sido medio necesario y eficaz para una sentencia social y política condenatoria contra los escuchados y su partido. Si anulan pruebas ilegítimas contra un traficante de heroína, el traficante suele irse ´de rositas´, pero a los traficantes les afecta poco una condena social que dan por descontada, mientras al político es lo que más le importa: la pena se hace anterior a la sentencia judicial y eficaz por sí misma.

Más allá de políticos corruptos, importa que muchas actividades y personas dependen de que una conversación privada se haga pública a tiempo para destruir la buena fama que las sostiene y perjudicarlas sin remedio. Efecto de la divulgación de las escuchas tras su torticera captación es ya el miedo de muchos a saberse oídos y su reacción de evitar conversaciones telefónicas comprometidas. Que la gente se sienta vigilada y el miedo censure sus palabras es propio de regímenes dictatoriales y policiacos, y cualquier conocedor del castrismo sabe de la eficacia de los comités de defensa de cada edificio para que los cubanos eviten criticar al régimen. El poder es más sutil cuando provoca la autocensura que colaboró con el censurador en España con mayor eficacia que leyes y amenazas en tiempos que creíamos pasados.

Hablar por teléfono se ha convertido en un riesgo, a no ser para felicitar un cumpleaños. Y todavía, según a quien se felicite. Estamos ante una nueva intromisión del Estado en nuestras vidas impulsada por las concepciones de unos gobernantes que confunden la defensa de la sociedad, que justifica la existencia del Estado, con el uso del poder para controlar vidas, honra y haciendas con objetivos espurios o a costa del sistema de garantías judiciales. El Estado deja de ser el mal menor necesario que evita las disrupciones de la convivencia, para convertirse en un poder omnímodo por encima del individuo al que ignora y cuyos derechos atropella. Si preocupante es la evasiva del Gobierno del PSOE ante esta gravísima acusación («el sistema de escuchas lo compró el PP»), peor es la excusa del PP para salir del paso («nosotros no lo usamos y el PSOE sí»). Si no lo pensaban usar, para qué lo compraron. Fouché, Beria y sus homólogos habrían soñado con este instrumento, pero quedan como aprendices ante la eficacia de la técnica usada para controlar la sociedad en lugar de para servir a sus integrantes.

Los dos partidos mayoritarios, que previsiblemente nos gobernarán por tiempo indefinido, parecen acordar vigilarnos como en un Estado policiaco y, para mal de todos, no sorprende. Un Estado en manos de sujetos sin ideas, en lugar de reducirse al tamaño mínimo con el que cumplir funciones indispensables para la convivencia, se transforma en actor principal, olvida la justificación de su existencia y se cree él mismo origen de las libertades de los que lo mantienen, y les distribuye eventualmente, como concesión graciosa, migajas deformes de la libertad que les ha arrebatado antes. Es la autonomía de personas e instituciones lo que está en juego, dependiente de la mentalidad dictatorial de unos dirigentes que creen ser la fuente de esa autonomía en lugar de su servidor y protector. Jueces y justicia politizados por la intromisión de políticos que no creen en la división de poderes, acaban de componer el cuadro y colaboran a difuminar los derechos de ciudadanos atónitos ante el espectáculo de políticos corruptos y jueces parlanchines ayudados todos por la técnica al servicio del abuso del poder.