Hay dos abusos. Uno, el de sacerdotes que abusaron de menores y obispos que no cortaron por lo sano. Al respecto dice Hans-Ludwig Kröber, ateo, director del Instituto de Psiquiatría Forense de la Universidad Libre de Berlín, de la Clínica Universitaria Charité: «Después de ocho semanas de debate público no ha salido a la luz ninguna sospecha de delito registrado en los últimos años. El hecho de que ahora se documenten hechos ocurridos en 1952 demuestra las dificultades con que tropiezan los que hablan de una epidemia de pedofilia actual de eclesiásticos».

De 210.000 casos de abusos sexuales denunciados en Alemania desde 1995, afectan a personas o instituciones de la Iglesia católica 94. Sigue Kröber: «Los delincuentes de abusos sexuales con menores son extraordinariamente raros entre las personas celibatarias, en ningún caso puede decirse que el celibato es la causa de la pedofilia». Y diagnostica: «El verdadero problema de la Iglesia católica son sobre todo los sacerdotes homosexuales que no son capaces de vivir o que no quieren vivir la abstinencia sexual y que al mismo tiempo intentan disimularlo, de forma que a veces mantienen relaciones con homosexuales de sectores socialmente marginados».

Califica de «científicamente una tontería» la creencia de que la falta de pareja tarde o temprano desemboca en la pérdida de la orientación sexual original. La realidad que describe Kröber es discorde con el estado de opinión que refleja la encuesta de Diario de Ibiza digital: a la pregunta ´¿Intenta ocultar la Iglesia los casos de maltrato?´, responde sí el 90%. El orígen de la discordancia no está en los datos recientes, que la contradicen. Está en que hay un segundo abuso, el del tratamiento intencionado de los datos en algunos medios. Se quiere manchar al Papa, y quien antes era el Gran Inquisidor, Benedicto XVI, es ahora un blando y no se atiende a sus credenciales en la persecución del abuso y de la «cultura del silencio» de los obispos permisivos.

Los abusos en el coro de Ratzinger han resultado ser de los años 50, juzgados ya y previos a que el hermano del Papa apareciera por allí. El documento De delictis gravioribus (´crímenes más graves´), acusado de buscar el secreto para casos de pedofilia, resulta pensado para lo contrario: remitir los casos a Roma para evitar encubrimientos a nivel local. Otro ateo, el senador italiano Marcello Pera, analiza este abuso del abuso: la cuestión de los sacerdotes pedófilos u homosexuales desenterrada ahora en Alemania tiene como objetivo al Papa. Es un grave error creer que la cuestión se cerrará pronto como tantas similares. No es así, está en curso una guerra. No propiamente contra el Papa, porque, en este terreno, eso es imposible. A Benedicto XVI lo hace inexpugnable su imagen, su serenidad, su limpieza, firmeza y doctrina. Basta su sonrisa para derrotar un ejército de adversarios. No, la guerra es entre el laicismo y el cristianismo, busca manchar al Papa para salpicar a la Iglesia. Los sacerdotes son pedófilos, luego la Iglesia no tiene autoridad moral, la educación católica es peligrosa y el cristianismo es un engaño y un peligro. La guerra entre laicismo y cristianismo es una guerra campal, que no traerá el triunfo de la razón laica sino la barbarie. Hay que acordarse del nazismo y el comunismo para encontrar un símil. Hoy como ayer, lo que se pretende es la destrucción de la religión, que comportará la destrucción de la razón. En el plano ético, es la barbarie del que mata un feto porque su vida afecta a la «salud psíquica» de la madre. De quien dice que un embrión es un «conjunto de células» adecuado para experimentar. De quien mata un viejo porque no tiene familia que lo cuide. De quien acepta el fin de un hijo porque ya no está consciente y es incurable. De quien piensa que ´engendrador A´ y ´engendrador B´ es lo mismo que ´padre´ y ´madre´. Uno que no es ateo, el padre Aldo Trento, trabaja en Paraguay con niños y adultos desasistidos y enfermos y sabe el daño real que esta guerra puede hacerles. Así que dice sin tapujos a los que abusan del abuso: «Tenía razón Pablo Neruda cuando definía a ciertos periodistas como ´los que viven comiendo los excrementos del poder´».