La tragedia de la muerte del adolescente atropellado por un toxicómano provoca en los lectores del Diario de Ibiza reacciones paralelas a las que siguieron a la desaparición de Marta del Castillo. La ira incontenida lleva a algunos a expresar su deseo de venganza: cadena perpetua, hacerle sufrir, nunca te perdonaremos, asesino... son expresiones elocuentes de quienes ignoran, en el ardor del momento, la evolución sufrida por el código penal de las sociedades civilizadas.

Se distinguen las sociedades primitivas por castigos aplicados en caliente que ya vino a suavizar la ley del Talión con una cierta proporcionalidad entre el delito y las penas impuestas. Los incas ajusticiaban al reo directamente y se evitaban así el gasto y cuidado de las cárceles. Pero las sociedades modernas avanzaron hasta considerar que el ser humano es capaz de modificar su conducta, recapacitar, enmendarse, por eso le dan la oportunidad de demostrarlo aún tras juzgarle culpable de un delito con agravantes. De ahí que prescindir de la cadena perpetua y de la pena de muerte, junto a la posibilidad de redimir la pena, nos parece un paso adelante de la civilización y, por defectuoso que se muestre, el sistema nos concede a todos la posibilidad de recuperar ante la sociedad la dignidad propia de un ser humano.

Esta muerte trágica, vivida por la sociedad ibicenca como suya, se mezcla con la intoxicación por drogas que el mismo conductor reconoce: «Me fumé unos porros». Las teorías sobre las bondades de la marihuana que en estas páginas divulgaba hace unos días Antonio Escohotado se quedan huecas ante la realidad de este accidente de carretera asociado con esa droga. El problema con las drogas es que el uso contenido que predica Escohotado suele ser utópico y lo habitual es el abuso con la pérdida de control consiguiente. Se fuma un porro quien busca el efecto que produce de intoxicación del sistema nervioso, no para saborear el humo. Trivializar el consumo de sustancias estupefacientes no quita la razón a Antonio María Costa, director de la Unodc, la Oficina de la ONU para las Drogas y el Delito: «Las drogas son ilegales porque son peligrosas, no son peligrosas porque sean ilegales». Se hace Costa una pregunta que nos es desgraciadamente cercana estos días: «¿A quién le gustaría que un piloto, un maquinista de tren o el chico que conduce el coche que viene de frente estuviera bajo los efectos de las drogas?» Es esa trivialización la que hace que lo que era reconocer un delito y cualquiera callaba para no autoacusarse, ahora lo declare en tono jovial el presunto delincuente. Me metí un chute, me fumé unos porros, me esnifé una raya. El Observatorio Francés de Drogas y Toxicomanías concluye, tras analizar sangre y orina de 17.000 automovilistas de menos de 30 años, que «el cannabis es responsable de centenares de muertes al año, sobre todo entre los conductores jóvenes». En Holanda, país de la permisividad con las drogas, hace años que vienen de vuelta y restringen las famosas coffeeshops donde se vende legalmente la marihuana, hartos ya del narcoturismo del que saben tanto Ibiza y sus carreteras. España es el mayor consumidor de cocaína de la UE y compite con Gran Bretaña por el primer puesto para la marihuana.

Detalle no menor, la carretera donde murió Jérôme soporta un tráfico para el que no es adecuada y este Consell no se atreve con el problema, pero no es la peor como decía un comentarista en el Diario, que los que vienen de Sant Joan o Sant Miquel respiran aliviados cuando cada día acceden a ella todavía vivos.