Cuando Almodóvar crea un personaje como Belén Esteban, se le considera un prodigio de síntesis de las esencias hispanas. Aplaudamos por tanto la oportunidad de disfrutar de la versión sin carne y con hueso. La admiro el pasado jueves mientras despide su programa bailando ingrávida, con la naturalidad de Juliette Binoche nadando en la piscina ´Azul´ de Kieslowski. Es la Lola Gaos del couché, mujer ´libre te quiero´ en el sentido radical de Agustín García Calvo. Frente a su desparpajo, Penélope Cruz y el gremio de exquisitas parecen deidades infladas.

Belén Esteban monopoliza la actualidad hasta el extremo de que ha barrido de las portadas el inicio de curso de la Familia Real. Ejercita la mala educación –escojo con deliberación un título almodovariano– sin artificio, con la claridad que reclamaba Sócrates y la inexpresividad estática que nos trastorna en Buster Keaton. Diabética acelerada, se erige en personaje gracias a la fijeza de sus contornos, lo que ves es lo que compras. Por eso eclipsa a sus parejas y acaba de presentadora los programas que inicia de tertuliana. Se me olvidaba precisar que este es un artículo en su defensa, precisamente porque no lo necesita.

El Defensor del Menor de Esperanza Aguirre ha decidido labrarse una popularidad a costa de la comunicadora. Le acusa –«como si fuera Bin Laden»– de ocuparse en exceso de su hija, multiplicando con este obús los riesgos que corre la niña. El abnegado funcionario olvida que combate con la madre de todas las batallas, seductora por amenazadora. Hay que prodigar las precauciones antes de desafiar a un fenómeno televisivo que ha neutralizado a la familia Jesulín al completo.

El torbellino bautizado como Belén Esteban es desdeñado como un mamífero ridículo por los ignorantes que se pierden sus exhibiciones. A continuación idolatran a Michael Jackson, un mito descolorido. Junto a Jesulín, la torera aporta la mejor pareja televisiva desde Laura Valenzuela y Joaquín Prat. Por supuesto, esta historia acabará mal. He asumido la defensa de la Juana de Arco castiza. En cuanto agote el combustible que la anima, estallará como una supernova. Mis simpatías están con ella, mis apuestas con la jauría que la acosa. Afronta el cadalso mediático con la impavidez de un Saint-Just. Seguiremos expectantes su vibrante inmolación, este artículo es sólo un adelanto.