Entonces tenía razón aquel vicario o secretario del obispado que hace unos años levantaba la voz de alarma ante un hecho preocupante: ya nadie o casi nadie usa los nombres más propios de Ibiza, que deben ser más o menos María, Catalina, Margarita, Antonia, Juana, Josefa, María del Carmen, Eulalia, Juan, Antonio, José, Rafael, Vicente, Mariano, Miguel, y una lista no mucho más larga. Úsense en ibicenco o en inglés, allá cada cual donde mete su lengua.

Pues mira, me acabo de fijar que este sacerdote puntilloso y puntualizador llevaba toda la razón.

Es más, parece que hemos ido deslizando nuestra onomástica hacia el reino del paganismo y de las fuerzas naturales y aún diría más, hacia las mitologías extrañas. Yo no veo que nadie se ponga Baal, Resef, Melqart, Astarté, o Tanit (aunque algunas Tanits ya empiezan a emerger) pero sí que veo muchos nombres foráneos, eslavos, rusos, magiares, quechuas, magrebíes… pero es que incluso veo a ibicencos que no quieren llamarse Juan, pero en cambio aceptan llamarse Ivan o John o Jon, que es lo mismo: Juan. ¿Bobería, ignorancia, esnobismo, papanatismo de seguimiento de las modas? No lo sé.

Pero si sé que puede aplicarse este fenómeno de traducción a muchos nombres. Ya no digamos al catalán, en un fenómeno que tiene más de dislocación que de recuperación.

El tumultuoso desembarco de la esnob y aburrida pseudo-jet marbellí nos ha revitalizado otro fenómeno que yo vi florecer en la Ibiza de los años 90: el acortarse el nombre o el someterse a lo que en el idioma griego se llama iotismo, el uso exagerado de la letra iota (i). En España, o cómo carajos se llame este sitio donde vivimos, se usa mucho Titi, Pity, Pitiminí, Tito, Toti, Liti, Litri, Pirri, Pipi, Popo, Papi, Pipo… y cuantas combinaciones sean imaginables.

No crean que no me he fijado en otro fenómeno escatológico. Hemos ido deslizándonos de forma sorprendente del uso de los nombres sacramentales, que son nombres plenos, que llenan la boca y el calendario, nombres de santos varones –algunos especialmente pecadores, algunos incluso dotados de una gran capacidad para el vicio nefando, pero… conversos, gracias a Dios– al uso de nombres empequeñecidos, jibarizados, devaluados y que se acercan peligrosamente a las funciones fisiológicas del cuerpo del hombre. Del hombre humano.

Corre y casi vuela ya en Madrid un gran jugador brasileño que incluso a menudo se siente elevado por el fervor religioso de la doctrina evangelista de Cristo. Bien, ustedes pongan el acento donde quieran, pero nadie me puede negar que se llama Kaka.

¿Creen que esto es todo, folks? Oh no, Mariano está pasmado por el violento periodista que acude a las sesiones pringosas de la telebasura hispana. Responde por el nombre de Pipi. Acentúen a placer.

Ya digo, quizás no sea para siempre, pero de momento el hecho es que hemos pasado de los nombres sacramentales a los nombres excrementales. O del sacramento al excremento. Mmmmm… ¿eso es grave? No lo sé, pero no me huele nada bien.