El 15 de julio Greenpeace comunicaba resultados de su investigación a bordo del Arctic Sunrise en el glaciar Petermann en Groenlandia. Diario de Ibiza y medios de todo el mundo reflejan su previsión catastrófica para el deshielo del Ártico: en el 2030 ya no quedará hielo allí como consecuencia del calentamiento global. Pero el 5 de agosto Stephen Sackur, de la BBC, cuestiona a fondo en ´Hard Talk´, en base a la evidencia conocida, al director saliente de Greenpeace, Gerd Leipold, que reconoce «que debe haber habido un error», que la predicción es equivocada. El físico que es Leipold aclara en la entrevista que esa predicción es errónea en dos aspectos: el Ártico es una masa de hielo de 1,6 millones de kilómetros cuadrados con un grosor de 3 kilómetros en su centro y ha sobrevivido en el transcurso de la historia a periodos mucho más cálidos que el actual. Lo insólito es que Leipold, acto seguido de admitir que Greenpeace ha dado información deliberadamente errónea y utilizado la exageración y el alarmismo, se permite defender la costumbre de la organización de hacer sensacionalismo («emotionalizing issues», dice) en los temas medioambientales, con el fin de «atraer a la gente al modo de pensar de la organización y cambiar la opinión pública». Dan la impresión, Greenpeace y otras organizaciones ecologistas más cercanas, de querer acaparar para sí la sensibilidad contra la degradación del medio ambiente que la gran mayoría de la población poseemos, aun a costa de una información veraz y hasta de la descalificación como «negacionistas» de los disidentes. Y que para ello llegan a considerar lícito embaucar a la gente. Surge la pregunta de en cuántas ocasiones han subido los decibelios de la desinformación para «cambiar la opinión pública». A fines de agosto Greenpeace informa de que de la expedición a Groenlandia forman parte el secretario de Medio Ambiente y Desarrollo Rural del PSOE, y algunos activistas españoles de Greenpeace, lo que no contribuye a elevar el nivel científico del estudio que hayan podido hacer a bordo del Arctic Sunrise, aunque habrán estado fresquitos en aquellos deshielos mientras otros nos tostábamos en el calor del verano ibicenco. Es refrescante, en medio de tanto calentamiento, sumergirse (www.heartland.org) en las ponencias de los climatólogos participantes en marzo en la 2ª Conferencia sobre Cambio Climático (´Global warming: Was it ever really a crisis?´), que ponen en un brete tanto la existencia de un calentamiento que no sea el que tocaba como que el CO2 de las actividades humanas tenga mucho que ver en ello: anatema para ecologistas que no admiten dudas sobre sus dogmas. Pero ignorar datos que lo contradicen invalida la cualidad científica de un estudio y, o consideramos esos datos o nos dejamos imponer ´modos de pensar´. Situaciones como la descrita revelan que, en todas las empresas humanas, las pruebas y las demostraciones tienen un papel restringido. Mucho depende también de crear una atmósfera mental o cultural. La atmósfera del calentamiento global se ha impuesto, políticos y activistas han decidido jugar en ella y se infiltran y participan en los equipos científicos. El deseo de que las cosas se vean de una manera determinada, aliado con una buena campaña publicitaria, crea esas atmósferas donde se ignoran las pruebas en contra. La historia futura puede que aclare cuánto de planificación hubo para convencer a la Humanidad de que sus emisiones de CO2 producen un calentamiento que puede que resulte solamente mental.