La falta de dinero que a todas luces acosa a nuestro gobierno local, ya engendra disparates de los gobernantes. El presidente Tarrés no está de acuerdo en lo que él interpreta como «tapar agujeros» del anterior Govern. Se refiere en concreto al metro de Palma. Pero el anterior Govern era tan legal como el actual para tomar decisiones de gastos y la continuidad en las instituciones obliga a hacerse cargo de ellos. De lo que no cabe duda es que a nuestros gobernantes los hemos elegido nosotros, a los de antes y a los de ahora. Declarar que no quiere hacerse cargo de lo que gastaron los otros, revela una mentalidad exclusivista, ingenuamente revolucionaria, que querría partir de cero con cada elección y que cada nuevo presidente elija lo que le conviene y no pague lo que no le gusta. Parece considerar Tarrés suficiente el ser representativo en el sentido constitucional (el tipo elemental de instituciones representativas) y no en el sentido existencial de poner por obra la idea de la institución. Los ciudadanos se hacen escépticos de la política ante estas actitudes. Declara y se descubre Tarrés a sí mismo que es «muy negativo con la gestión que hicieron los antiguos gobernantes de la Comunidad». Y se lo descubre a él mismo porque los demás ya lo sabíamos, nos lo repetía cuando ocupaba la alcaldía de Ibiza y se presentó a las elecciones con el objetivo de sacarlos del gobierno con la promesa de que él lo haría mejor. Ahora tiene él, con la presidencia, la representación de la institución y la posibilidad de gastar o ahorrar, pero no la de romper la baraja. Porque un próximo gobierno también podría rechazar las deudas del de Tarrés siguiendo su teoría. Si descubrió que abonar facturas obliga a frenar la alegría en los gastos, la honestidad le exige frenarlos y pagar lo que se debe o tomar las de Villadiego. Y siempre asumir que hay un pasado del que venimos que nos condiciona a todos. Desde que se decidió echar del pasado a Franco, algunos han creído que es posible modificar la historia con la simple aprobación parlamentaria de sus deseos. En esa línea, Tarrés tantea la posibilidad de no hacerse cargo de las deudas de gobiernos anteriores, como si no fueran suyas, como si su gobierno no fuera un eslabón más en una cadena institucional con obligaciones que están por encima de las personas y de los partidos. Excusas de mal pagador se pueden considerar si con ello pretende camuflar los déficits de su gestión.

Gastan los impuestos en llenar la Administración de cargos y empleos, que muchos sospechan ser necesarios sólo para los que los ocupan; y en subvenciones, algunas bien exóticas por cierto. Predican pero no dan trigo, y aún los de corta memoria recuerdan aquella sesión del Parlament que hizo ley la garantía de ropa, cama y techo para todos en las islas, sólo para enterarnos al día siguiente de que habían dejado de pagarles lo debido y tienen en la ruina a Cáritas y las ONG que ya se dedicaban precisamente a eso, a garantizar ropa, cama y techos, desde mucho antes de que fuera ley. Olvidan los gobernantes la autocrítica cuando tienen el poder: Tarrés no es excepción en lo de hacer agujeros en el erario y, en plena crisis de pagos, cuando los acreedores hacen cola a su puerta, concibe el proyecto de cavar desde el Consell el agujero más profundo y prescindible de que una institución es capaz: una televisión. No ve la encuesta del Diario que le grita que la gente no quiere televisión (6% a favor, 94% en contra): es la ceguera otra característica del llegado al poder, que dicen que los dioses ciegan al poderoso antes de perderlo.