En los últimos años se ha venido agudizando un sentimiento entre la sociedad ibicenca que aunque ahora resulte difícil de creer resulta que no siempre fue así. Este no es otro que la fuerte animadversión hacía su sector de ocio nocturno. Y no siempre fue así porque hubo un tiempo en que la sociedad ibicenca vivía en paz con su noche, de la que se sentía además especialmente orgullosa. No hace demasiado de ello, fue allá por los ochenta.

Los rasgos de aquel añorado entonces no son demasiado difíciles de identificar. Venía gente con una media de edad de 30 años y de un nivel socio-cultural alto. Venía a conocer gente, a ver y a ser vista, y disfrutaba de Ibiza en todo su concepto. Convendremos en que lo que tenemos ahora dista bastante de aquello, con visitantes de una media de 22 años, mayormente de nivel bajo, y que vienen a Ibiza sólo para la noche. La actual noche ibicenca, además de alargarse desmedidamente, ha cambiado hasta tal punto que a esto que tenemos ya sólo se le puede dar un nombre: desfase. Desfasar, eso es lo que viene a hacer ahora la gente a Ibiza.

La noche surgió en Ibiza prácticamente por generación espontánea, sólo abonando la tradicional actitud tolerante del ibicenco hacía la forma de ser o de vivir del prójimo, esa misma tolerancia que atrajo primero a los hippies y más tarde a la comunidad gay, que sí tuvo mucho que ver esta en los comienzos del sector de la noche en Ibiza.

Es el negocio de la noche un sector peculiar. Un negocio difícil y complicado, que requiere una gran dosis de savoir faire y cuyo éxito se basa en una especie de secreto que al parecer en Ibiza conocemos. Es por eso que Ibiza no tiene que dejar nunca la noche. Dejar la noche sería para Ibiza como si Hong Kong desmantelase sus servicios financieros o Sillicon Valley su sector tecnológico. Lo que hay que hacer es mejorar la noche ibicenca, y ahí el camino a recorrer es largo y tortuoso.

Este año estrenamos regulación relativa al horario de cierre. Seguramente es un buen comienzo, aunque no deja de sorprender que se haya tenido que llegar al actual nivel de descontrol para empezar a tomar medidas. Para entender la noche de una forma sana, la hora natural de cierre de una discoteca es media hora antes de que amanezca. Pero no sólo en el horario de cierre se debe intervenir, las administraciones deberían regular otras muchas situaciones, algunas de ellas tan rastreras como que se paren deliberadamente los aires acondicionados, que no se pueda salir de la discoteca una vez que se ha entrado o que los servicios no dispensen agua potable.

La noche no es, o no tiene por qué ser, sólo macrodiscotecas; realmente sólo una o dos de ellas ofrecen actualmente algo especial. El resto son discotecones como los que se pueden encontrar en cualquier ciudad española de más de 200.000 habitantes o europea de más de 500.000. Son en muchos casos otros locales intermedios -uno por San Carlos, otro por la carretera de San José, otro en la de San Juan, alguno en San Rafael, otro en Port des Torrent, varios en San Antonio...- los que recogen en mucha mayor medida algo de lo que sólo Ibiza puede ofrecer.

Las actuales macrodiscotecas disponen en Ibiza del mercado que cualquier empresa querría para sí: un mercado cerrado en el que en la práctica no puede entrar ningún nuevo actor. Ya podemos empezar a ver en las páginas centrales de este diario lo que es la principal queja de nuestros visitantes: el alto nivel de precios de las discotecas, con entradas a 70 euros y copas a 18. Pero con todo, el nivel de precios no es ni de lejos lo peor, ya que hay otra situación que es más negativa aún: la falta de dinamismo que se crea en un mercado cerrado. Las discotecas de Ibiza llevan 15 años haciendo lo mismo; han perdido toda su personalidad -las que la tuvieron- en favor de unos promotores que vienen a Ibiza a hacer mal lo que nosotros no somos capaces de hacer, y que en vez de promocionar Ibiza, lo que hacen es promocionarse ellos en todo el mundo gracias al nombre de Ibiza.

Y he aquí que en los últimos años ha aparecido un nuevo actor: las controvertidas fiestas privadas. El grado de conocimiento de la noche ibicenca por parte de nuestra clase política no es precisamente uno de sus rasgos característicos, por lo que las presiones de las discotecas siempre surten efecto. La aparición de estas fiestas es un síntoma de que algo está fallando. De lo único que nos preocupamos es de cómo impedirlas, en vez de analizar dónde reside el motivo de su éxito. ¿Por qué muchos de nuestros visitantes consideran la asistencia a una de estas fiestas como una de las mejores cosas que les ha pasado en nuestra isla? ¿No será que las discotecas ibicencas están gastadas y no ofrecen nada nuevo ni especial desde hace mucho tiempo?

Si supiésemos ser dueños de nuestro destino podríamos decidir hacia qué grupo nos queremos orientar. El primero de ellos (el de 30 años y de nivel alto) conforma una demanda que por definición irá a más, ya que cuanta más renta se tiene más ocio se demanda.

La noche bien entendida vende algo realmente fácil de vender: la diversión convertida en momentos únicos de felicidad.