Un movimiento construido entre todos. Con héroes anónimos. Con delfines y peces como mártires. Con un desastre amenazando el paraíso. Con un infierno negro y pegajoso de petróleo. Con un demonio escocés y un Judas canario. Es la religión azul, una confesión que demostraron profesar ayer más de doce mil personas en Eivissa. Su Pantocrátor: una marea azul pintada por el grafitero Jerom en la pared de los sindicatos. Su pastor: el poeta Ben Clark. Subido al púlpito de Vara de Rey, cerca de las cuatro de la tarde, arengó a los creyentes, vestidos con toda la gama pantone de azules, en contra de las prospecciones petrolíferas. «¡No a la codicia sin límite de las corporaciones y a la injustificable complicidad de la casta política! ¡No al proyecto de Cairn Energy! ¡No a la corrupción del gobierno! ¡No a la destrucción del medio ambiente y nuestro futuro! ¡No a este infierno que se puede evitar!», clamaba Clark mientras a sus pies la grey, la más heterogénea jamás vista en una manifestación en la isla, coreaba, a gritos, cada no.

«Yo no quiero que busquen petróleo porque habrá muchos peces y delfines muertos», clamó el pequeño Álex, micro en mano, el primero de los niños -«esas personitas que no han podido firmar las alegaciones»- en tomar la palabra: «¡Ibiza dice no!», «¡Eivissa diu no!» y «¡Si los peces pudieran hablar también dirían no!». Los peces, esos seres que tampoco han podido firmar las alegaciones.

Otros gritos, igual de combativos pero menos amistosos, dirigían en ese momento, al final del paseo Vara de Rey, algunos de los manifestantes al presidente balear, José Ramón Bauzá. Intentaba pasar desapercibido, rodeado de los suyos, algunos de ellos con camisetas azules con el logo de Eivissa diu no (estilismo que compartían con camareros y dependientes de los comercios de la zona). Bauzá hizo voto de silencio. «Con mi presencia creo que lo digo todo», esbozó al fin el presidente, que completó el recorrido como el resto de los políticos, perdido entre la marea azul, tal y como habían pedido los organizadores, que no querían ver a ningún cargo público en la cabecera de la manifestación. En su lugar, ciudadanos anónimos sujetando una pancarta en la que se leía ‘Errar és humà, rectificar és possible’ y que abría la romería antipetrolífera al ritmo de los cascabeles que algunas de las manifestantes llevaban en las caderas.

Sólo un político consiguió sujetar una de las cinco pancartas de la manifestación: el presidente del gobierno, Mariano Rajoy. En versión guiñol, claro. No fue el único disfraz. Labios azules. Pelucas a lo Marge Simpson. Los cans eivissencs de la asociación de criadores con camisetas azules. Varias personas vestidas de buzos, con traje de neopreno y gafas. Uno disfrazado de pez (no petroleado, por supuesto). Decenas de señoras con corazones de cartón azul en los que se leía ‘no’ como peineta. Y hasta un grupo de clowns: «Para hacer el payaso ya estamos nosotros. Y gratix». Niños, mascotas, ancianos, jóvenes, deportistas, hippies, empresarios, políticos, grupos de adolescentes, músicos, artistas, ibicencos de siete generaciones, recién llegados... Todo el mundo encontró ayer su sitio en la marea azul.

Manifestación trilingüe

Salvo los tímidos abucheos que recibió, el presidente Bauzá debía sentirse en la gloria. La manifestación, trilingüe. Como a él le gusta: ‘No a les prospeccions petrolíferes’, ‘No més brutor’, ‘El mar libre de petróleo’, ‘No a las petroleras, sí a las renovables’, ‘Cairn Energy go home’, ‘Hands off Ibiza’. Ni que las pancartas las hubiera aprobado el Govern con un decreto.

Y más que trilingüe. La marea azul era también ayer la Torre de Babel, antes del castigo divino, claro. Varias lenguas para un mismo mensaje: ‘Eivissa diu no’, ‘Ibiza dice no’, ‘Ibiza says no’, ‘Ibiza dit non’, ‘Ibiza sagt nein’. Y eso que, en ruta hacia el paseo marítimo, no daba tiempo de leer las cartas, postales y sobres pegados prácticamente unos sobre otros en una pancarta bajo el lema ‘Los turistas también dicen no’.

La bocina de un barco de Baleària al llegar al puerto hizo las veces de órgano. Y miles de voces se alzaron en gritos de júbilo y alegría que rompieron el inusitado silencio que envolvía la marea azul, que abarrotó la Avenida de Santa Eulària. Batucada, bandas de música, tambors y castanyoles y escasas consignas. Sólo un grupo completó el recorrido desgañitándose con gritos de «¡Soria dimisión!». Gritos que se repitieron en las pistas de petanca del paseo marítimo, punto final de la manifestación, en las que no cupieron todos los asistentes y donde el presidente del Govern aguantó, con la paciencia de Job, una nueva sarta de abucheos antes de marcharse. Acción que imitaron muchos de los manifestantes. Antes incluso de escuchar a la bióloga Marga Serra explicar el daño que pueden hacer los sondeos, al portavoz de Eivissa diu no, David Sala, acusar al ministro de Medio Ambiente de tener más de 300.000 euros en acciones de empresas petrolíferas y a los componentes del grupo Epsilon interpretar el tema de la marea azul.

Otros escucharon todo eso de lejos. Desde el bar (lleno a rebosar). Como corresponde después de la liturgia. Aunque sea la de la marea azul.