Desde hace algunos años, los turistas de Formentera que se adentran en las playas y acantilados más salvajes de la isla dejan una huella en forma de ´esculturas´ realizadas con piedras del lugar que destrozan el paisaje original, seguramente con la sana intención de sentirse parte del mismo y de dar un valor ´artístico´' o ´espiritual´ al simple ejercicio de amontonar piedras.

El resultado de tanta buena intención de conectar con el cosmos está destrozando la imagen, la sobriedad y la sencillez de un paisaje que no necesita de la intervención del hombre para definirse como bello. La naturaleza hace su propio trabajo escultórico con ayuda del viento y de la lluvia y parece que los hombres no hayan aprendido aún a transitar por ella sin dejar su huella.

Se trata de una moda que los guías turísticos han potenciando para contestar a las insistentes preguntas de sus clientes cuando observaron por primera vez, hace ya veinte años, el primer montón que algún viajero decidió levantar para dejar su impronta personal y efímera en el territorio.

Tradición asiática, no local

Seguramente, a algunos guías les resulta más cómodo relacionar esos amontonamientos de piedras con una tradición asiática que reza que la persona que superponga piedras y dé tres vueltas alrededor del montón podrá regresar a la isla o verá cumplidos sus deseos. Mientras, los residentes ven con curiosidad y tolerancia, como siempre han hecho, esta nueva moda ajena a su cultura y tradición. Pero veinte años después esta manía parece que entusiasma a más de un visitante iluminado en busca de sí mismo o de la ruta espiritual que guió en los años sesenta a los hyppies hasta esta isla en su camino hacia la India.

La moda de amontonar piedras se ha fijado en el discurso de algunos guías de viaje que prefieren informar con leyendas y mitos poco demostrables a sus clientes antes que ofrecer una visión real y rigurosa de la historia y tradiciones de esta isla.

El ejemplo más evidente de esta degradación se encuentra en el entorno del faro de es Cap de Barbaria y en el litoral del Parque Natural, pasado incluso ses Illetes. En estos dos enclaves se acumulan cientos de estos montoncitos. El primero en dar la voz de alarma fue el último farero de Formentera, Javier Pérez de Arévalo, cuando en los años noventa aún habitaba en el faro de la Mola y se encargaba del mantenimiento de todas las señales luminosas de la isla, antes de la llegada de las nuevas tecnologías.

En junio de este año el doctor en Geología y consultor ambiental de Qu4tre i Axial, Francesc Roig i Munar, en declaraciones a Diario de Ibiza, ya comparaba estas creaciones improvisadas con la moda de dejar candados en los puentes como muestras del amor entre parejas.

Una moda fuera de contexto

Este experto recordaba que esta moda, fuera de contexto en la cultura autóctona, se importó de Asia a Ibiza y Formentera para después saltar a la costa mediterránea y a Canarias. Incluso llega a comparar está práctica con los parques temáticos.

Para el experto, estos montones de piedras «alteran el suelo y su morfología a escala local». El problema de esta acción humana es que afecta al territorio por la «continuada modificación del suelo a base de retirar y amontonar piedras».

El geólogo advierte de que «aunque la erosión del suelo parece insignificante, el uso de piedras para crear montones genera una desestructuración del suelo».

El caso es que en es Cap de Barbaria las piedras, que siempre han mantenido un orden anárquico, ahora se presentan ordenadas en montoncitos que solo sirven para satisfacer a los autores y para la destrucción del paisaje original.