María del Pilar Mayans Juan no se esperaba que a sus 78 años se fuera a dedicar a guiar a los escolares y visitantes por el último molino de Balears que mantiene toda su estructura y que todavía sería capaz de arrancar para moler grano. Ella es la mujer de Joan Torres Mayans, Joan des moliner, último molinero del Molí Vell de la Mola que dejó de girar con la fuerza del viento en 1964, con la aparición de los motores. Durante los diez años anteriores María trabajó con su marido, pasando noches en vela, aprovechando el viento justo para hacer mover las aspas de este testigo de la historia, declarado Bien de Interés Cultural (BIC) y construido en 1778.

Justamente ayer el Consell de Formentera volvió a firmar el convenio de colaboración con la Fundació Illes Balears, propietaria del monumento, lo que le permite contratar a María entre mayo y octubre para que lo abra al público, de martes a sábado entre las 9.30 horas y las 13.30 horas. El resto del año se pueden concertar visitas con cita previa.

María se siente satisfecha y a la vez orgullosa de poder trabajar en lo que ha representado para ella y su familia una forma de vida y un compromiso con sus vecinos en unos tiempos en los que moler el trigo para hacer pan marcaba el día a día de los formenterenses. Estos días recibe sobre todo a grupos de escolares que siempre le preguntan por qué no lo hace funcionar; ella con paciencia explica que los jóvenes están acostumbrados a que «apretando un botón se ponen en marcha las cosas». Entonces les detalla todo el proceso de funcionamiento y el trabajo previo del molinero, que no puede dejar nada en manos de la improvisación : «Primero hay que colocar las velas en las aspas y se tiene que mirar de dónde viene el viento y si tendrá la suficiente fuerza para trabajar y dependiendo de esto hay que ajustar la muela, hay que tener tiempo y saber».

El objetivo del Consell de Formentera y de la Fundació Illes Balears, tal y como pusieron de manifiesto ayer en la firma del convenio, es volver a hacer funcionar el molino; María apunta que es muy complicado pero posible. Asegura que hay jóvenes interesados por la conservación del Patrimonio «que tienen mucho interés» para luego aplicar la lógica que le da la experiencia y la observación: «Pienso que debió de costar mucho más trabajo construir el molino que, ahora, ponerlo a funcionar; fácil no será pero tampoco imposible». María enseña los secretos de esta estructura pero también explica cómo se vivía cuando el molino estaba activo: «Yo misma y muchas de mi generación hemos pasado por no poder comer suficiente pan, con esto ya se dice todo». Por eso el molino era «imprescindible para los vecinos, se molía el trigo para el pan de todo el año y el pienso para la matanza», recuerda.

La relación que tiene María con el molino le permite como guía salpicar la visita de sus recuerdos de juventud: «Ya no es nuestro pero le tengo afecto, forma parte de nuestra vida», concluye.