«Oye, ¿tú eres nueva? ¡Pues te invito a un café!». La nueva era María Luisa Cava de Llano, actual Defensora del Pueblo, y el que pagó su primer café en el Congreso, en 1993, el que fuera ministro de Interior José Barrionuevo y, en aquel momento, diputado del PSOE. «Era mi primer día como diputada. Llegué, me puse en la barra y me invitó al café. Estuvimos mucho rato hablando y nos hicimos amigos», comenta la política ibicenca, que fue diputada del Partido Popular entre 1993 y 2000. De su primer día también destaca la sensación que le produjo entrar en la sala: «Me pareció muy pequeñita, recogida».

De aquellos siete años recuerda con especial cariño las cenas de los martes. Las sesiones acababan «tardísimo» y ella y algunos compañeros de partido que no vivían en Madrid (entre los que se encontraban Luisa Fernanda Rudi, que luego fue presidenta del Congreso y ahora es presidenta de Aragón, y Juan Carlos Aparicio, que fue ministro de Trabajo con José María Aznar) cenaban en una pequeña sala que les reservaban en el hotel El Prado. «Nada elaborado, ensalada, tortilla y cosas así», rememora Cava de Llano, que señala que aquellas noches la tertulia se alargaba hasta bien entrada la madrugada. Ya cenados, se añadía a las charlas un entonces diputado socialista por León: «En el café muchas veces se incorporaba José Luis Rodríguez Zapatero. Venía de cenar con sus compañeros y, como se hospedaba allí, nos preguntaba si le invitábamos a un café».

La Defensora del Pueblo recuerda que se ganó una «injusta» fama de alborotadora gracias al presidente del Congreso, Félix Pons, ya desaparecido: «Cuando había follón por la zona en la que yo me sentaba [su escaño] siempre gritaba: ´¡Señora Cava de Llano, la llamo al orden!´. Yo nunca hacía nada, así que un día le dije: ´Félix, ya está bien. ¿Por qué siempre me nombras a mí?´. Entonces me confesó: ´Es que los otros apellidos aún no me los sé´». Insiste en que no era alborotadora, pero confiesa que durante las sesiones hablaba mucho con su compañera de escaño Ana Mato, directora de campaña en estas elecciones. También se llevaba muy bien con la diputada socialista Carmen Romero, esposa entonces de Felipe González, a pesar de que eran ponentes de los mismos temas, señala la ibicenca, que asegura que «aunque fueron años difíciles políticamente hablando», no conserva malos recuerdos.

A diez minutos del 23F

Lo mismo le ocurre a Abel Matutes, senador de 1977 a 1982 y diputado entre 1982 y 1986. Ni siquiera la tensión vivida durante el 23F le parece ahora, desde la distancia, un mal recuerdo. «No me pilló en el Congreso por poco, diez minutos. Yo aún era senador pero estaba allí con Manuel Fraga. Teníamos ejecutiva del partido y como la sesión se alargaba, Fraga me dijo que fuera yo. Justo cuando llegué a la sede los servicios de seguridad nos contaron lo que había pasado», rememora el empresario ibicenco, que señala que una de las primeras cosas que hizo fue ofrecer su casa de Madrid a la mujer y los hijos del entonces diputado socialista José Múgica, gran amigo suyo. El ibicenco indica que en aquellos momentos, recién acabado el Franquismo, «había desconfianza» en los pasillos del Senado «porque algunos generales del Ejército eran senadores por designación real y también había gente muy cercana a ETA».

Matutes tiene claro el momento más divertido, en el que más se rió, durante su etapa como senador: «Había personajes muy célebres. Uno de ellos era Camilo José Cela que una vez, en plena sesión, soltó una flatulencia bien fuerte [ríe] mientras estaba en uso de la palabra mosén Xirinachs, un cura muy nacionalista y revolucionario. Todo el mundo se quedó helado. Camilo, con aquel vozarrón que tenía, dijo: ´¡Que prosiga el mosén!´. Toda la Cámara se puso a reír». De su paso por el Congreso no recuerda escenas tan divertidas. «La época del Senado era más pintoresca», justifica Matutes, que asegura con orgullo ser el padre político de Alberto Ruiz Gallardón, algo que orquestó durante su etapa como diputado, ya que su padre, José María Ruiz Gallardón, era «muy amigo» y compañero en la bancada popular. «Yo era presidente del comité electoral nacional, era el año 1983 y se acercaban las elecciones del mes de mayo. José María me dijo que quería presentarme a un hijo suyo, de 25 años, fiscal, brillantísimo y con una gran pasión política. Me pareció muy inteligente, así que lo coloqué de número 9 ó 10 en las listas del Ayuntamiento de Madrid. A los seis meses ya era portavoz», recuerda el político y empresario, que está convencidísimo de que Alberto, como él le llama, «será presidente del Gobierno».

Jaume Ribas, diputado socialista, compartió cuatro años en el Congreso con Matutes con el que, asegura, no tuvo mucha relación porque estaban «en las antípodas políticas». Recuerda con claridad una de las «pocas» veces en las que coincidieron: «Le venía a buscar al aeropuerto un chófer con un coche que él tenía en la finca de Toledo. Un día me invitó a compartir el taxi para ir al Congreso, pero cuando llegamos me dijo que no llevaba cambio, que pagara yo». A diferencia de Matutes, Ribas tiene más claro el momento más tenso que pasó en el Congreso que el más divertido. Ribas recuerda los nervios que sintió cuando el gobierno expropió Rumasa, la incertidumbre sobre lo que ocurriría y los malos momentos leyendo algunos diarios «que vendían aquello como un golpe de estado económico porque implicaba a muchas empresas y muchos trabajadores».

En su caso, las carcajadas fueron escasas en el hemiciclo, aunque indica que se reía con el mote con el que los diputados bautizaron a Joaquín Ruiz-Giménez, primer Defensor del Pueblo: ´Sor Intrépida´. «Se desmarcó de las directrices de los partidos, quería ser independiente, que es lo que debe ser el Defensor del Pueblo, y empezaron a llamarle así porque no podían controlarle y, además, era muy beato».

El que fuera diputado ibicenco ríe al rememorar el primer mes en el Congreso. Se tomaba tan en serio el trabajo que recogía toda la documentación y se afanaba en leer «los tochos que parecían tomos de enciclopedia» que acompañaban a cada ley. Aprendió rápido lo que hacía el resto de sus compañeros: «Documentarte solo sobre las leyes en las que participas y las que te afectan directamente». Otra cosa que aprendió en seguida fue a quedarse en Madrid las noches en las que había sesión. Hasta que alquiló un piso en el barrio de La Latina, Ribas llegaba al Congreso cargado «con papeles y un abrigote» y se marchaba de igual manera, agobiado por encontrar una habitación de hotel porque, «una vez más», había perdido el vuelo de las diez y media de la noche a Ibiza.

Ribas recuerda que en la sala de plenos –que al igual que a María Luisa Cava de Llano le pareció «mucho más pequeña que en la tele»– casi todos fumaban. «Aquello parecía un café de pueblo», sentencia Ribas. A aquel ambiente de cafetería le puso fin el entonces presidente del Congreso, Gregorio Peces-Barba, que prohibió el tabaco en la sala. Después de eso los diputados (Jaume Ribas entre ellos) se escapaban al bar para fumar «aprovechando que alguien soltaba un discurso de lo más aburrido». «Esa prohibición fue una contrariedad», afirma el ibicenco, que hizo buenas migas con su compañero de partido y entonces ministro de Sanidad, Ernest Lluch, al que pidió «desesperado» que acabara las obras del hospital Can Misses.

Isabel Tocino y la juventud

La senadora ibicenca entre 1996 y 1999, Pilar Costa, al igual que Ribas, prefería regresar a Ibiza después de las sesiones del Senado, donde su mejor amigo era José Luis Nieto. «Era senador por Izquierda Unida, había pertenecido al Partido Comunista y había estado en la prisión. Yo era de las más jóvenes y él era mayor, pero fue con el que trabé más amistad», señala Costa, que confiesa que Nieto le contaba «batallitas» cuando se aburrían durante las sesiones.

Aunque ahora se ríe al recordarlo, la exsenadora señala como un momento «especialmente tenso» el que vivió en una de sus primeras intervenciones, una interpelación sobre ses Salines a la entonces Ministra popular de Medio Ambiente, Isabel Tocino. Estaba nerviosa y preparó a conciencia durante dos semanas la interpelación. Precisamente por eso se tomó a la tremenda las primeras palabras con las que, según Costa, esta le contestó: «Supongo que con su juventud, este discurso que le han preparado…». «Había mucho desprecio en aquella frase. Improvisé y recuerdo que le dije ´Sé que mi juventud es envidiable´. Fue la comidilla de la semana e incluso algún diario de Madrid lo reflejó en sus páginas», recuerda.

Esa no fue la única vez que apareció en la prensa nacional. Para la apertura de Las Cortes, un acto presidido por los Reyes, Costa escogió un «traje de chaqueta con pantalón muy elegante» que, sin embargo, no convenció a todos: «En la crónica rosa del diario ABC se refirieron a mí como ´una senadora que desentonó porque iba con pantalones´». Años después de aquel momento solo lamenta no haberse quedado un ejemplar de aquel periódico, confiesa Pilar Costa, que más que el primer día en el Senado recuerda el segundo: «Me pararon en la puerta. Había Guardia Civil, pero los senadores no teníamos que identificarnos cada vez que entrábamos. Ese día me paró un guardia civil que me gritó ´¡Moza! ¿Dónde va usted?´. Le dije que era senadora y al pobre le faltaron manos y brazos para cuadrarse y hacer el saludo. Aún hoy sigo pensando que si hubiera sido un hombre con maletín no me hubieran parado».