Los teléfonos móviles se han acabado convirtiendo en los notarios de nuestro tiempo y, sobre todo, de nuestro ocio. Así que el miércoles, cuando empezaron a sonar los primeros compases de ‘Loose Fit’ en el escenario de Ibiza Rocks, el 87 por ciento de los presentes —estimación a ojo—, levantaron sus maquinitas para dar fe, al regresar a casa, de que sí, estuvieron en Ibiza; sí, vieron a los Happy Mondays en directo, y, en efecto, están todos vivos.

Porque la banda de ‘Madchester’ que se presentó en Sant Antoni eran los Happy Mondays fetén, con Shaun y Paul Ryder, Mark Day, Paul Davis y el batería Gary Whelan, además de Rowetta a los coros y el colgado Bez con las maracas y los bailes marcianos.

Las maracas de Bez

«Yo me conformo con ver a Bez, y mejor si está borracho», confesaba un fan poco antes del concierto, mientras los teloneros, Reverend & The Makers, caldeaban el ambiente con ritmos bailables y confesiones de amor a los Happy Mondays. Y Bez saltó al escenario a la segunda canción, un adictivo ‘Kinky Afro’ que levantó todos los brazos del patio. El ‘animador’ del grupo ochentero hizo sus habituales monerías ante un público que le aclamaba. No se prodigó mucho más. Hasta el ‘Step on’ con el que cerraron el recital no se le volvió a ver el pelo, ya blanco, por el escenario.

La edad media del público del Rocks es muy joven, y los asistentes debían conocer más las canciones por los viejos discos de casa, de sus hermanos mayores e incluso de sus padres, que por sus listas de Spotify, pero los entraditos en kilos hermanos Ryder y el resto de la banda consiguieron hacerles bailar y sudar la gota gorda con temas energéticos como el clásico ‘Hallelujah’ o el archiconocido ‘24 hour party people’, que dio título en 2002 a la magistral película de Michael Winterbottom sobre la movida de Manchester.

Vale que los Ryder y compañía —muy abrigados por cierto para el ambiente asfixiante de la noche— no están precisamente para correr por la banda, pero ofrecieron un espectáculo feliz, como su nombre indica, divertido, bailongo y hasta emocionante por momentos, edificado sobre las bases duras y guitarras ácidas marca de la casa que a más de uno le devolvieron a otros tiempos. El pero es que duró poco. Menos de una hora. Y tras lanzar Bez sus maracas al público desaparecieron del escenario sin decir adiós ni dejar rastro. Cuando la gente se quiso dar cuenta de la fuga, un ejército de pistolos apagaba los equipos, se llevaba los instrumentos y enrollaba los cables.