«€Yo no sé, ni quiero, vivir sin jazz. Soy de los que descubrí este fascinante mundo de belleza y creación, de improvisaciones extraordinarias, precisamente sobre los venerables baluartes de Sant Bernat y Santa Llúcia, en Dalt Vila, una década antes de que el recinto amurallado renacentista de la ciudad de Ibiza fuese declarado Patrimonio de la Humanidad por parte de la Unesco. Desde entonces, mi vida ya no ha vuelto a ser igual». Así explicaba el periodista Xicu Lluy, fallecido hace seis meses, su pasión, su amor, por el jazz en el prólogo de ´Jazz soy mayor´, su libro inédito sobre los quince primeros años del festival Ibiza Jazz, el mismo que esta noche, entre Nomadic Adventure y Jesse Davis, le rendirá homenaje. A él, a Xicu, al cronista que únicamente faltó a dos ediciones en 25 años: en 1986, el estreno del festival, porque se celebró en Mallorca, y en 2002, cuando cambió el certamen ibicenco por el festival de San Sebastián, recuerda Elena González, su viuda, señalando el cartel de aquella edición, la 37 del Jazzaldía, colgado en la habitación.

Elena explica que, al ver el avance del programa (Chick Corea, Bill Wyman, Marcelo Parker, Charles Lloyd Oates, David Murray, James Brown€) escogieron la fecha de la boda para que los 15 días de vacaciones coincidieran con el festival. Xicu hubiera ido todos los años. Pero se celebraba en las mismas fechas que el de Ibiza, sobre el que tenía que escribir. En el correo electrónico está aún el mensaje de la organización del festival, que al enterarse de que planearon la boda para acudir a los conciertos les regaló un pase para todos los días. «Nos dijeron que tenían aficionados de todo el mundo, gente que se desplazaba desde Australia, pero que era la primera vez que alguien se casaba para asistir», recuerda Elena con una medio sonrisa.

El jazz se coló en el alma de Xicu Lluy poco a poco. Primero fue la música clásica, que escuchaba en la radio y que le condujo a la bossa nova. De ahí al jazz mediaba apenas un paso que dio en las primeras noches del festival ibicenco. Llegó a tener su propio programa en Radio UC, ´Jazzmania´. El enérgico ´Spain´, de Chick Corea, era la sintonía de cabecera.

Por el jazz viajó. Y el jazz le encontró siempre en todos los países que visitó. Únicamente en Siria, en Damasco, cambió las improvisaciones por el melancólico sonido del laúd. En todos los demás lugares halló siempre un rincón en el que sonara la música que adoraba. En México, el país que se le metió tan adentro como el jazz, descubrió los mejores clubes de la mano de Ana García Bergua, hija del exiliado ibicenco Emilio García Riera, casada con un pianista. En Santiago de Cuba, su pasión por esta música, destilada en largas conversaciones nocturnas con los músicos en La Trova, le abrió las puertas a una de las más curiosas jam sessions que presenció: en una casa de puertas azules y paredes desconchadas, horas y horas de puro jazz regadas con ron.

Le faltó Miles

Por el jazz llegó a colarse en el Palau de la Música en 1991. Actuaba Dizzie Gillespie, no quedaban entradas y acabó de pie, confundido entre los técnicos y los cámaras de televisión que cubrían la actuación. Vio a Ray Charles poco antes de que falleciera y siempre lamentó no haberse escapado de la isla para asistir al último concierto que Miles Davis ofreció en Barcelona.

El jazz le acompañaba siempre. Escribía con jazz. Pensaba con jazz. Soñaba con jazz. En el sentido más literal de la expresión. Más de una noche, en su casa, la música de alguno de sus centenares de discos se apagaba después que las luces. Entre ellos, muchos clásicos, Chet Baker, Tete Montoliu, Charlie Parker€ Pero también desconocidos. «Oía muchos músicos nuevos, le gustaba», indica Elena, que destaca que nunca escribió sobre un grupo sin haberlo escuchado antes y que nunca escribió sobre un concierto que no hubiera visto hasta el final, hasta la última nota de la jam session en el Pereyra, si era necesario.

Precisamente en la terraza del mítico local presentó en 1991, junto a seis personas más, la Associació d´Amics del Jazz, nacida para velar por la continuidad de la entonces Mostra de Jazz, que, según él mismo opinaba, vivió en los 90 su edad dorada. «Estaba muy contento de la repercusión que tenía, se publicaban páginas en diarios nacionales, y fue el lanzamiento de gente que ahora es muy reconocida, como Ximo Tébar o Perico Sambeat», destaca su viuda. Esos conciertos y vivencias están plasmados en ´Jazz soy mayor´, su libro inédito sobre los primeros 15 años del festival. «En él volcó su amor al jazz, a la música y al festival», afirma Elena, que considera que el libro podría publicarse sin ningún cambio.

«Los 90 fueron para él los años dorados del festival. Además, Indurain ganaba el Tour. Xicu y otros amantes del jazz bajaban del baluarte ebrios de cerveza y de jazz gritando ´Indurain, Indurain, Indurain´», rememora. Aquellos años el desaparecido Arteca era su local favorito en la isla. Allí pasó muchas madrugadas, escuchando las joyas musicales que Maurici Cuesta (padre) encontraba, señala Elena, que agradece el homenaje que el Ibiza Jazz le rendirá esta noche a su marido. «Los últimos años decía que el próximo verano iría solo como espectador, pero se asomaba al baluarte, empezaba la música y el jazz le temblaba en las puntas de los dedos», indica recogiendo acreditaciones, programas y camisetas, recuerdos que Xicu Lluy atesoraba y a los que, desde el 21 de febrero, se suman mensajes y notas como el que Chema Martínez escribió en su blog ´Jazz y otras hierbas´: «Xicu Lluy dedicó sus días y sus noches a escribir sobre las Pitiusas, su presente y su historia. El jazz fue su otra gran pasión. Hasta donde recuerdo, nunca faltó a su cita anual con el festival de Jazz de Ibiza. Viajar para asistir al festival, y no encontrarse con Xicu, resultaba, sencillamente, inconcebible. Hasta hoy».