Salvo contadas excepciones, a quienes trabajan detrás de un objetivo les cuesta mucho pasar al otro lado. Es también el caso del fotógrafo ibicenco Joan Costa (1968), ganador este año del segundo premio en la categoría de Naturaleza del prestigioso World Press Photo. «...Nepal, 22; Australia, 23; Nueva Zelanda, 24...», enumerar todos los países que ha visitado le resulta muy difícil, pero tras un rápido balance llega a la conclusión de que han sido «alrededor de 40». Pese a ello son pocas las instantáneas de esos destinos en las que aparece él y se ve obligado incluso a recurrir a antiguos compañeros de viaje para intentar recuperar alguna prueba visual de sus distintas expediciones.

Con solo 17 años realizó su primer viaje al extranjero en solitario. Decidió ir a Inglaterra a visitar a unos amigos que había conocido en la isla y allí pasó un mes. Al año siguiente se plantó, también solo, en Nueva York. En aquel viaje se compró su primer equipo fotográfico profesional: «El dólar estaba tan bajo que con lo que me ahorraba al comprarlo fuera de Europa me pagaba el viaje y todavía ganaba dinero». De aquella estancia en la ciudad de los rascacielos recuerda, entre otras cosas, el coche patrulla en el que salió de Harlem: «En los 80 aquel era un barrio muy peligroso y yo era bastante inconsciente. Cuando los policías me vieron paseando solo por allí me metieron en el coche, me sacaron de la zona y me preguntaron si estaba loco. Con el tiempo me he vuelto mucho más cauto y cuando me desaconsejan no adentrarme en algún sitio procuro hacer caso. Después he vuelto varias veces a Nueva York e incluso he hecho un reportaje sobre Harlem, que ha cambiado mucho y ahora es un barrio que está bastante bien».

Trabajo y placer

A Costa no le importa viajar solo y solía hacerlo en aquellas primeras escapadas. Aunque a veces viajaba con amigos, como cuando fue a La Habana con Paco García Campoy, a menudo la gente de su edad no tenía dinero para ponerse a recorrer mundo. El bolsillo no era problema para él: «Mi padre trabajó en Iberia hasta que cumplí 26 años. Hasta entonces conseguía billetes baratísimos». «Creo que me hice fotógrafo para poder viajar. Empecé viajando por placer y acabé haciéndolo por trabajo», relata.

Turquía, Tailandia o Cuba fueron algunos de los destinos que escogió cuando solo viajaba por placer. Esa lista se incrementó notablemente con las incursiones profesionales: Belice, Senegal, Sudáfrica, Portugal, Francia, Marruecos, Túnez, Honduras, República Checa, Argelia, República Dominicana, Estados Unidos, Israel, Panamá, Brasil, Colombia...

Nunca ha dejado de viajar y confiesa que no podría vivir sin hacerlo. Una de las etapas en la que más aviones cogió fueron los cuatro años (de 2002 a 2006) que pasó trabajando para diferentes publicaciones turísticas como Condé Nast o Viajar. «Había días que no sabía dónde estaba al despertarme. Recuerdo que estaba haciendo una guía de Nueva York, hice escala en Madrid tres días y partí de nuevo para hacer un reportaje de Moscú y las ciudades de alrededor para la Comunidad de Madrid, pasé tres semanas allí, volví a España y en cinco días estaba en Miami trabajando para otra revista. Me sentía como un yoyó y tuve que parar», afirma.

A algunos de los lugares que visitó mientras trabajaba para aquellas revistas tuvo que volver en varias ocasiones. Afirma que las publicaciones tienden a repetir los mismos destinos y lamenta que nunca le enviaran a otros sitios que le hubiera gustado conocer.

Tras dejar aquel tipo de vida pasó casi dos años sin viajar, el período más largo que recuerda alejado de los aeropuertos. «Bueno, lo cierto es que pasé un mes en Croacia y cogía la furgoneta de vez en cuando. Yo sin viajar no puedo estar», puntualiza.

«Cuando me he cansado de hacer una cosa me he dedicado a otra y, desde hace un par de años, estoy con la ciencia», explica. Es el tiempo que lleva colaborando con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Esta colaboración no solo le ha valido ser finalista del World Press por su fotografía de una heteropoda, además hizo que el año pasado el ibicenco batiera su propio récord de viajes. Pasó buena parte de 2010 y 2011 siguiendo a los integrantes de la expedición Malaspina, que tenía por objeto estudiar el cambio climático global. Primero cubrió cada una de sus escalas en Río de Janeiro, Ciudad del Cabo, Perth o Cartagena de Indias y, durante tres meses, se embarcó con ellos en el buque de investigación oceanográfica ´Hespérides´, desde Sidney hasta Hawai pasando por Nueva Zelanda.

Semejante crucero no debió saciar por completo sus ansias de aventura ya que al mes de bajar del ´Hespérides´ ya se había embarcado en una expedición noruega, la Arctic Tipping Points (ATP), con la que llegó al Ártico, también para estudiar el cambio climático.

Ha estado en todos los continentes. «Y en el Polo Norte; me falta la Antártida», bromea. Un lugar al que espera poder ir con una expedición científica en diciembre de 2012, si la crisis y los recortes no lo impiden. ¿Que qué se le ha perdido allí?: «Hay un proyecto del CSIC para el estudio del krill, un crustáceo parecido a la gamba que es el alimento básico de aquel ecosistema, un importante eslabón en la cadena alimentaria que está en crisis por el cambio en los océanos [consecuencia del calentamiento global]».

Cuando trabaja, viaja solo. Pero «últimamente» no le gusta viajar solo por placer. De hecho, señala que la emoción que sentía al subirse a un avión se ha transformado en pereza después de haber tomado tantos. Ahora, cuando quiere descansar, prefiere perderse unos días en Ibiza o en Formentera.

La Volkswagen California

De su reputada trayectoria como viajero existe una prueba irrefutable: su Volkswagen California. Una furgoneta que compró cuando trabajaba para revistas de viajes y después de haber tenido una autocaravana que resultaba poco práctica para moverse por grandes ciudades. Aunque tiene casa en Madrid, siempre que puede se sube a su furgoneta y se marcha a los Picos de Europa o al Algarve: «Es un vehículo adaptado para viajar. Tengo ducha, camas, cocina€ Para mí era una herramienta muy útil. Cuando tenía una semana libre, sin necesidad de haber hecho reservas en ningún sitio miraba dónde iba a hacer buen tiempo y me iba a hacer fotos allí».

Tras recorrer medio mundo, recomienda visitar Marruecos: «Siempre intentaba irme lejos y, cuando fui por primera vez a Marruecos, me quedé alucinado. Lo tenemos al lado y no somos conscientes de lo bonito que es el país, lo bien que te trata la gente y lo a gusto que se está allí».

¿Los anfitriones más amables?: «Los tailandeses. Es algo cultural. Siempre están sonriendo». ¿Dónde se come mejor?: «En los restaurantes de la India. Allí se puede comer por la calle, que es la idea que tiene todo el mundo de ese país, pero también en locales que no son caros y en los que se come fenomenalmente. Es donde más me ha sorprendido la gastronomía por la cantidad de sabores y matices».

Costa disfruta probando los platos propios de los lugares que visita y no se considera nada sibarita: lo mismo ha ingerido la carne de camello que la de serpiente, canguro o cocodrilo. «Lo pruebo todo», asegura. Es el espíritu del buen viajero.