Se presenta como James Bond, pero con más guasa: «Joaquín León, payaso de profesión». Él y su pareja, Sara, una de las pocas payasas de circo, son los encargados de centrar la atención del público entre un número y otro y los responsables de cerrar el espectáculo arrancando primero notas musicales y luego carcajadas en un singular combate de boxeo, que, por supuesto, gana Sara.

«Mi padre era perito industrial, pero se metió a cómico y acabó en el circo. Igual que mis hermanos, que tienen 18 años más que yo. Estudié clarinete, composición y teoría musical, pero cuando acabé los estudios y mi padre se jubiló también me hice cómico. Se enfadó conmigo porque yo siempre había dicho que quería ser director de orquesta», relata Joaquín, que presume de ser familia del actor Paco León, «hijo de primo hermano».

El cómico, que ahora tiene 42 años, se enfrentó al público por primera vez con 17 en Hungría. «Estuve varios meses preparándome y estudiando el guión, porque hablaba en húngaro, una lengua que tiene 17 vocales» y en la que todavía es capaz de repetir algunas frases. Israel, Serbia, Dinamarca, Grecia, Holanda, Islas Mauricio… La lista de países en los que ha actuado contiene decenas de nombres y tanto viaje le obligó a manejarse en muchos idiomas.

«Me crié entre Suiza, Francia e Italia. El francés, el inglés y el italiano los hablo y los escribo mejor que el español. Hay idiomas que he estudiado y otros que chapurreo. A mi hija le pasa algo parecido, ella nació en Irlanda y habla más inglés que castellano», explica este madrileño de origen andaluz. Asegura que algún día actuará en Australia, Sudáfrica y América: «Ya he tenido ofertas, pero no se han concretado». «El circo español lo destrozaron los payasos de la tele. España es cuna de grandes artistas circenses, pero hasta hace poco se tenían que ir fuera a trabajar», considera este profesional, que durante años formó un trío cómico con sus hermanos pero que decidió iniciar un proyecto diferente para poder realizar un humor más moderno. Desde hace un año y medio forma equipo profesional con su pareja sentimental, una ex bailarina que acabó cambiando las zapatillas de ballet por los zapatones de payaso. «Fue una apuesta arriesgada porque ser mujer payaso en un circo no está bien visto. Suelen salir caracterizadas de hombre, pero nosotros la hemos vestido con coletas y funciona», anuncia.