Cuando María Luisa conoció a Julián él tenía dos sueños: ser bombero y tener una autocaravana con la que poder viajar. Lo que no imaginaba ninguno de los dos es que 33 años después habrían recorrido medio mundo, buena parte con la soñada autocaravana. La actual, con la que dentro de unos días partirán hacia los Pirineos o los montes Dolomitas (dependerá de las circunstancias), mide más de ocho metros y se encuentra en Barcelona. Salir y llegar a Ibiza con ella es muy caro y poco práctico, así que siempre se queda allí. «La primera que tuvimos era de segunda mano», recuerda Julián. «Nos fuimos a los Pirineos, hacía mucho frío y se congelaron todas las tuberías. Yo lloraba y lloraba», señala María Luisa. Esta es la cuarta que tienen. La más grande. La más cómoda. Y en la que pueden llevar todo lo que necesitan para la escalada, rafting, descenso de barrancos y espeleología, actividades alrededor de las que organizan sus vacaciones desde que comenzaron a viajar, poco después de casarse, hace ahora 33 años. Antes soñaban con hacerlo pero no podían. «No tenía independencia económica, estaba la familia…», justifica María Luisa. Su primer gran viaje fue a México, a Playa del Carmen. La luna de miel. Se suponía que iban a relajarse, pero acabaron colgándose la mochila a primera hora de la mañana para recorrer la zona. «Solo por la tarde, después de pasar el día, íbamos a la playa, nos tomábamos nuestro mojito y descansábamos», comenta María Luisa, que asegura que ni ella ni su marido conciben viajar únicamente para tumbarse al sol. «Necesitamos adrenalina», afirman. En aquel viaje Julián quería explorar un cenote (pozos de agua dulce), pero se contuvo. Su mujer no tenía la licencia de buceo, aunque sí había recibido clases, y no quería dejarla todo un día sola en pleno viaje de novios.

El viaje más largo –«la mayor brutalidad»– fue intentar recorrer sin detenerse ni una sola vez los 2.000 kilómetros que separan Barcelona de Dinamarca. «Íbamos repartidos en dos vehículos, el nuestro y uno de alquiler, estábamos comunicados por radio y jugábamos al trivial una caravana contra la otra para amenizar el viaje», indica Julián. Finalmente, a pesar de la distracción, tuvieron que parar cuatro horas en Alemania para dormir un poco. «La gente ya empezaba a estar un poco nerviosa por el cansancio», matiza Julián, que recuerda que tardaron poco más de dos días en completar el recorrido con la caravana, que utilizan cada año cuando se marchan a esquiar a los Alpes. «Una vez salimos de Aiguille du Midi, cerca del Montblanc, a las cinco de la tarde y cogíamos el avión para Ibiza a las ocho de la mañana siguiente. Tuvimos que apretar», confiesan.

En estos momentos, meses después de regresar, aún están fascinados por su último gran viaje, Nepal, donde en 20 días recorrieron los cinco Annapurnas. Ambos quieren regresar. Julián quiere subir al Everest, a uno de los campamentos base. «Quiero volver el año que viene y hacer algún paso a 6.000 metros», comenta. María Luisa quiere volver no solo por el trekking, también por la gente. «Al principio fue un choque brutal por las diferencias culturales, pero al despedirnos de la gente que nos había acompañado, sobre todo del guía, Naresh, me dio mucha pena», confiesa.

Mal de alturas

Su afición por las vacaciones de aventura les ha ocasionado algún mal rato. En Perú, Julián sufrió de mal de altura al subir al monte Chachani (6.060 metros). «El guía fue muy rápido, no hicimos la aclimatación y llegué con un enorme dolor de cabeza», indica Julián, que asegura que uno de los países que más le ha gustado ha sido Venezuela. «Tiene de todo», insiste. De ese todo, sin embargo, se queda con los tepuis (mesetas con cimas muy planas), donde asegura que la vegetación es «absolutamente diferente» a cualquiera que pueda verse en otro lugar. María Luisa, en cambio, se queda con el glaciar Perito Moreno (Argentina). «Había tanto silencio que podías escuchar cómo se movía, sentías crujir el hielo», describe frotándose los antebrazos con las manos. «Solo de recordarlo se me ponen los pelos como escarpias», justifica.

Julián y María Luisa se divierten tanto en sus viajes que hasta los problemas, con el paso del tiempo, se convierten en anécdotas que recuerdan entre risas, como cuando una agencia les dejó «tirados» en Chile y tuvieron que buscar dónde pasar la noche. Aunque son sus periplos en caravana los que les provocan más carcajadas.

«En Hungría, una noche, paramos en un lugar muy tranquilo para dormir. Era verano y dejamos todo abierto. Al cabo de un rato nos picaba todo. Habían entrado chinches y pulgas. Nos fuimos de allí pitando y tuvimos que fumigar la caravana», comenta María Luisa. «Otra noche, en Rumanía, paramos cerca de la plaza del pueblo. Había fiesta y a las cuatro o las cinco de la madrugaba escuchábamos a los niños jugando junto a la caravana», añade Julián, que aún hoy se lleva las manos a la cabeza al pensar que niños de tres años pudieran estar despiertos casi hasta el amanecer. En este país, además, tenían que ir con mucho cuidado por la carretera, ya que de noche la gente regresaba de fiesta en pequeños carros de madera alumbrados únicamente con un farol. Aunque el recuerdo que les hace saltar las lágrimas de risa es el de los momentos previos a cruzar la frontera de Dinamarca: «Llevábamos la caravana llena de comida. Temíamos que no nos dejaran cruzar la frontera y lo escondimos todo para que no nos lo quitaran. Debajo de la ropa y en cualquier rincón. Total, para que luego ni nos miraran».

Menos risas les provoca, por ejemplo, el día que se les hizo de noche en un recorrido de aventura por los Dolomitas –«solo entramos en calor con una bebida, el bombardino»– o cuando Julián y una amiga se perdieron esquiando en un bosque y ella temió congelarse.

Lo que más valoran de los viajes es, sin duda, lo que han aprendido. También la gente que han conocido y con la que han convivido. María Luisa, además del guía de Nepal, recuerda con especial cariño a la gente que coincidía día tras día en los refugios de Patagonia y con los que se entendía, fueran de donde fueran. «Si algo he aprendido en los viajes es que cuando tienes ganas de comunicarte, consigues hacerte entender», afirma.