—¿Está descansando de Fernanda, su personaje en ´Amar en tiempos revueltos´?

—Sí, aunque Fernanda va conmigo a todas partes porque es un personaje muy querido. La serie tiene miles, bueno, millones de seguidores, y a este personaje, además, la gente le ha cogido mucho cariño. Parece que es un poco como la representante de la clase humilde, de las mujeres de una cierta edad, que están poco representadas en los personajes de las series. Es una mujer hecha a sí misma, que se gana la vida como puede, que está sola, que añora tener a alguien a su lado… Representa a un grupo de mujeres muy amplio, así que es como si fuera su amiga de cotilleo, de tomar café, de pasear. Creo que Fernanda es la amiga que toda mujer quisiera tener. Le he cogido muchísimo cariño y todavía no me he deshecho de ella. Es una mujer íntegra, hecha a sí misma, pero de buen corazón. Lo que pasa es que ahora se nos ha enamorado y el amor puede hacer mella en ella. La pobre está sufriendo muchísimo.

—¿Ya ha acabado con ella?

—Sí, ya he terminado. Estoy limpiando esa etapa y preparándome para la siguiente.

—¿Dónde está esa nueva etapa?

—En una obra de teatro, ´Todos eran mis hijos´, de Arthur Miller. Con un director nuevo argentino maravilloso, Claudio Tolcachir. Es la primera obra grande, comercial, que va a hacer. Estoy con Fran Perea, Manuela Velasco, Carlos Hipólito, Gloria Muñoz… Un cartel muy bueno. Compañeros a los que conozco. Es otra cosa. Es teatro. Es otro mundo.

—¿Un exorcismo después de la televisión?

—Sí, totalmente. El teatro tiene algo purificador. No hay trampa ni cartón. Estás ahí, frente al público, y no puedes hacer una segunda toma. Tiene algo muy hermoso, de experiencia sagrada, de purificación.

—¿Y cuál es su papel en esa purificación?

—Es la historia de una familia que se desarrolla en un patio de vecinos durante la Segunda Guerra Mundial. Yo soy una más de vecinas. ¡Parece que soy experta en hacer las vecinas! No es un personaje muy extenso, pero bueno… El refrán dice que no hay personajes pequeños. Yo digo: sí hay personajes pequeños, pero es uno el que se tiene que encargar de hacerlos grandes.

—Dice que le cuesta deshacerse de Fernanda. ¿Cuándo se librará de ella?

—Creo que me va a seguir toda la vida. Desde que empecé a trabajar han pasado 17 años, pero este personaje me ha hecho popular. No todo el mundo va al teatro o ve cine español, desgraciadamente, así que la gente me ha descubierto ahora. Le estoy agradecida a Fernanda, aunque el trabajo que he hecho ahora es gracias a todo lo que he aprendido trabando, creo que ha llegado en un buen momento.

—¿Se aprende en la televisión?

—Muchísimo. Es un nivel muy fuerte de trabajo, de estrés. Tienes que aprenderte 30 páginas diarias y luego repetirlas como si estuviera aquí hablando contigo. Es muy complicado. Hay muy poco tiempo para hacer cada secuencia. Es una máquina muy potente. Va a toda pasatilla y tienes que estar preparado. La mili de la tele, la llamamos nosotros. Ahí aprendes todo lo que tengas que aprender. En una serie diaria aprendes muchísimo.

—Cada vez hay más actores del cine en la televisión ¿Tan mal está el cine?

—´Amar en tiempos revueltos´ era una serie en la que yo tenía muchas ganas de entrar. Sentía que ahí podía tener mi lugar. Hay otras series que tienen menos interés, pero tal y como está la cosa rechazar una oferta es un insulto al trabajo. Hay muchos actores maravillosos en paro. Muchísimos. Se hace muy poco cine. Son pocos elegidos los que lo consiguen y los demás tenemos que darnos a los que nos surja. Cuando sale una cosa tienes que agarrarte a ella como si fuera un clavo ardiendo. De todas maneras, la televisión cada vez tiene más calidad, hay más producciones. Se ruedan muchas tv movies. Hice una sobre el caso Mari Luz y ahora he hecho otra sobre el cardenal Tarancón, con Pepe Sancho de protagonista. Son películas como cualquiera que se pueda ver en el cine. La televisión nos está dando mucho trabajo. Estamos comiendo de ella.

—No hay que menospreciarla.

—En absoluto. Además, en cualquier sitio, en cualquier lugar, en cualquier momento se puede hacer un buen trabajo. Aunque sea en la calle. Ayer vi un señor haciendo la estatua en ses Figueretes y era impresionante. El arte está en cualquier esquina.

—Aunque hable tan bien de la televisión, ¿le gustaría hacer algo de cine?

—Me encantaría, pero no porque crea que el cine es lo máximo, sino porque en el buen cine, porque lo hay que es peor que la televisión, el trabajo se hace de otra manera. Más pausada, reflexiva, madurada, ensayada. Hay más tiempo, puedes ser más detallista, más profunda. ¡Claro que me gustaría hacer cine!

—¿Qué se le pasa por la cabeza al ver cómo está el cine?

—Falta dinero y apoyo a una industria que ha demostrado fuera de aquí que es tanto o igual de válida que cualquier otra. Tenemos una cantera de artistas, guionistas, directores y fotógrafos de muchísima calidad en este país. Lo que falta es fe en ellos e inversión. Menos inmobiliaria y más historias buenas para el alma. Se invierte muy poco en el arte y el arte es el alimento del alma.

—¿Me está diciendo que el cine cura?

—Por supuesto. Las historias en el cine, teatro y televisión pueden curar a la gente, acompañarla en sus vidas, servirles de terapia. Les hacen soñar, vivir, amar, reír, llorar… Para eso está hecho y para eso lo hacemos, para que la gente viva a través de eso cosas que de otra manera no podría vivir. O las vive, pero nadie les entiende. Shakespeare decía que el teatro debía ser un espejo ante el mundo. Ésa es su función.

—¿En la sociedad actual la gente vive más experiencias a través de la pantalla que en su propia vida?

—Sí. Hay gente que vive en el salón de su casa. Va a trabajar, vuelve a su casa y enciente la televisión. Es su ventana al mundo. A la imaginación, a sentirse vivo, a sentirse acompañado.

—¿Hay cosas que usted haya vivido frente a la cámara que sepa que no vivirá en su vida real?

—Sí, no tanto cosas que no me vayan a pasar, pero sí épocas, etapas e historias. La película ´Las trece rosas´ fue una expriencia increíble. Realmente estabas ahí, vivías con ellas, veías lo que pudieron sufrir esas mujeres, bueno, esas niñas, porque eran niñas. Te tienes que poner en la piel de esas personas. Aprendes historia, de dónde venimos, lo que han vivido nuestros padres y nuestros abuelos… Meterte ahí y aprender te aporta mucho.

—¿Cómo se queda después de papeles tan duros como el de la madre de Mari Luz, la niña asesinada?

—Ha sido la experiencia, hablando de trabajo, más dura de mi vida. Encarnar a esa madre fue muy difícil. Tanto a nivel interpretativo como personal. Sentía muchísima responsabilidad, mucha presión, autoexigencia. Pensaba: ´María, lo tienes que hacer muy bien´. Primero tenía que ser muy respetuosa con ella, eso era lo que más me preocupaba, que pensara que no lo hacía con todo el amor del mundo. Y luego tienes que mostrar la verdad y enseñarle a la gente lo que ha pasado. No quisimos contar el caso Mari Luz desde la tristeza o el morbo. Estábamos denunciando un caso judicial, explicando lo que pasó, que una niña murió porque un juez no hizo el trabajo que tenía que hacer. Eso era lo importante, mostrar que no se puede seguir permitiendo la vagancia de las personas que tienen nuestras vidas en sus manos. Está empezando el juicio y cada vez que lo veo se me encoge el corazón. Espero que esta gente tenga un mínimo de justicia. Un mínimo, porque la justicia total que necesitan no la van a tener nunca.

—Da la sensación de que los personajes que interpreta no la llegan a abandonar del todo.

—Es que son experiencias que vives y se te quedan grabadas. Si no te metes hasta el fondo en los personajes no puedes hacer un buen trabajo. Te enamoras igual, lloras igual… Además, un actor tira de sí, de sus sentimientos, y se mezcla todo.

—¿Eso no tiene…

—¿Un punto de locura? Totalmente.

—No, me refería a si no tiene un coste psicológico.

—Muchísimo. Estoy agradecida a todos los papeles que me han dado, pero estoy deseando una comedia. Fernanda ha tenido un poquito de comedia, pero estoy agotada de hacer dramas. Cuando acabé con lo de Mari Luz no podía más. En la película no se ve, pero me pasé dos meses llorando. Desde que me levantaba hasta que me acostaba. No había otra manera de preparar eso más que desde el dolor absoluto de perder a un hijo. Cada mañana cuando me levantaba me decía que ahí era donde tenía que estar para poder hacer eso. Agota. Muchísimo. Me siento muy mayor, como si tuviera mil años, porque he vivido muchas vidas.

—¿Cómo se recupera de eso?

—Con mucho sentido del humor. Cuando dicen ´¡corten!´ lo único que puedes hacer es reír y reír. El cine es un juego. Es serio y sirve para denunciar cosas, pero en el fondo es un juego.

—¿Preferiría no quedarse con parte de esos personajes o en el fondo le gusta que se queden con usted?

—A ver. Es importante cogerle cariño a todo personaje que encarnas, agarrarlo con ternura y con amor. A partir de ahí, algo se queda siempre porque tú le das algo. Es una relación íntima entre actor y personaje y estoy deseando quitármelos como si fueran una segunda piel.

—Y la comedia no llega.

—No. Están empezando a descubrirme en la comedia negra, y eso es bueno. ¡Hacer reír a los demás es tan bonito! Reímos muy poco. Creo que en el fondo tengo alma de payasa.

—Hay payasos que hacen llorar.

—Sí, pero yo me veo de payasa de nariz roja. Todo el rato necesito echar mano del sentido del humor. Es necesario para vivir.

—¿Se ha imaginado alguna vez haciendo otra cosa que no sea actuar?

—Sí, lo que no sé es cuánto duraría.

—¿Y alguna vez pensó tirar la toalla?

—En un principio no me quería dedicar a esto. Huía como de la lepra. Lo había visto en mis padres y es un mundo complicado. Pero no lo pude evitar. Hago teatro en cada esquina. Desde que era chiquitita, así que acabé pensando que eso debía servir para algo. Una vez trabajé en una tienda de helados y la gente no daba crédito porque a cada uno le hacía un show diferente. La imaginación, la creatividad y el sentido del humor son muy importantes para mí. Lo son todo. Con la mente se puede llegar a cualquier lado. En casa decía que no quería ser actriz, pero lo decía con una peluca puesta. Estudié ciencias puras y me encantaban la química y la arquitectura, pero luego fui hacia la interpretación. Inevitablemente.

—¿Imposible luchar contra los genes?

—Supongo. Mis padres son artistas de vocación. Mi padre, aunque se ha retirado, sigue siendo un apasionado del cine. Y mi madre también. Nos pasamos horas hablando de interpretación, de personajes… Son unos locos de esto, así que no lo podía evitar.

—¿Tener unos padres dedicados a esto abre puertas o las cierra?

—Cada uno tiene su camino. Ellos tienen el suyo y yo estoy haciendo el mío. Pero sí, claro, ha abierto unas y ha cerrado otras. Si me hubiera abierto todas las puertas que ellos tienen, a lo mejor estaba en Hollywood. He intentado hacerme mi carrera yo solita. Poco a poco y demostrando las cosas día a día. Acabo de cumplir 35 años y me acaban de descubrir. A ellos les debo mucho de lo que sé, pero intento labrarme mi futuro a mi manera y no depender de ellos. No me sentiría feliz ni a gusto con lo que hago. Pero también es lícito. Están las cosas tan difíciles que entiendo que cualquier ´hijo de´ intente hacer su camino con lo que tiene. Si eres panadero, lo mínimo que esperas es tener el pan un poco gratis. Cada uno tira de lo que puede, pero está claro que si no tienes talento y suerte no llegas ni a la esquina.

—¿Talento y suerte en qué proporción?

—No lo puedo decir. No lo sé. Yo hasta ahora he tenido suerte porque he encontrado gente que ha confiado en mí. Y talento, algo tendré si han quedado contentos con mi trabajo.

—¿Es más difícil llegar a la gente de la industria o al público?

—Al mecanismo de la industria, sin duda. A la gente es muy fácil llegar si eres una persona observadora, si te importa el ser humano, si te interesa verdaderamente esto y sabes con qué fin lo haces. Pero que te dejen un huequito para hacer un trabajo es más complicado que encontrar una aguja en un pajar, porque se mezclan muchas cosas que no tienen que ver con el ser humano. Es complicado convencerles de que eres única y que puedes hacer un trabajo bonito. Hay veces que los que mandan en esto son los dueños de un concesionario de coches, no tienen nada que ver con el arte, así que es complicado. Pero también hay gente que quiere contar historias para la gente y ahí encuentras tu sitio.

—¿Se ha planteado contar sus propias historias?

—Me encantaría, pero le tengo mucho respeto. Igual en el futuro me atrevo, pero le tengo demasiado respeto, me parece muy complicado. Si ya ser solo actor es difícil, dirigir me parece una locura.

—¿Se ha traído algún guión para estudiar?

—No, me niego. Tengo quince días de vacaciones y no quiero ver ni un libro. Me los he traído pero no puedo. Tengo la obra de teatro en el ordenador y ni la he abierto. Todavía me tengo que quitar a Fernanda de encima. Me persigue y puede conmigo. No se va y ya tengo que interpretar a otra mujer.