Bañador, toalla (pocas) y algún artilugio preparado para disparar agua. Es el aspecto que ofrecía la cola de Es Paradís, en la bahía de Portmany, en la mañana del domingo. Gente con más pinta de estar camino a la playa que a una discoteca. Pero es todo lo que se requería para entrar a la Fiesta del Agua de día, que sólo se hace una vez al año -por su aniversario- en Es Paradís. Eso y una invitación que se reparte entre amigos y residentes en la isla y que asegura que el público nacional predomine por una vez en esta sala.

En esa jornada especial, en los altavoces de la discoteca no suenan ni techno ni trance, sólo la música que pondría uno en la piscina de su casa. Pachanga, algo de reggetón, ritmos latinos y, de repente, suena Ultranaté, como si todavía estuvieran de moda, y un bosque de manos se levanta por encima de la cortina de agua que inunda ya la pista central de la discoteca. «Es que hemos invitado a Des Mitchell» -el Dj de la fiesta Kompass, de los viernes- explica Marisol Aguirre, la responsable del local.

Mitchell lleva 25 años a los platos, en los que recupera el house de los años 90: «Es una música muy buena, un nicho que pensamos que estaba por explotar» para delirio de los nostálgicos treintañeros, según cuenta Aguirre, que confiesa que también ha comprado discos de «Rafaela Carrá, Michael Jackson y la banda sonora de ´Flashdance´». Está encantada por cómo marcha la fiesta: «Es para los amigos».

Y son muchos, tantos que un maestro valenciano reparte sus amorosas atenciones entre las cuatro paellas que mantiene simultáneamente en el fuego para alimentar a los aguerridos bailarines acuáticos: «Calculamos unos 2.000 comensales», explica. Aguirre añade que el cocinero se ha traído en su equipaje los 60 kilos de arroz necesarios, «lo demás es de la tierra», de Ibiza, se entiende.

Lo bueno de acudir a la discoteca de día es que se puede venir con el bañador ya puesto -normalmente habría que acudir vestido debidamente para acceder al interior del local-. De todos modos, sigue habiendo muchas bolsas. En las suyas, Moisés lleva «unos manguitos de Batman, la pistola de agua, un flotador», que le han costado 15 euros -incluido algún refresco espirituoso- y el sombrero de paja para el sol que trae de casa.

Entra directo al fondo de la pista, a repostar en la barra libre antes de entregarse a «la mejor fiesta del año en Ibiza». ¿Por qué? Por la «ausencia total de guiris», responde. Lo mismo que Sara, ibicenca, y su amiga Saray, llegada de Huelva, que disfrutan del ambiente nacional. La invitada define su estado: «Estoy aluciná. No había visto antes nada como esto». Su amiga, por poner alguna objeción, se queja de que una tercera «hace una hora» que hace cola para conseguirles bebida.

Varias camareras pasean entre la gente con bandejas cargadas de rodajas de sandía. Mientras, Victor y su inmenso flotador neumático se abren paso entre el gentío para darse el primer chapuzón en la pista, aunque antes de meter el primer pie en sus 80.000 litros de agua ya está totalmente empapado. Uno de los francotiradores más activos es Xabier, también vecino de Sant Antoni, que desde hace algo más de un lustro no falla nunca a la fiesta: «Me he gastado cinco euros en una pistola», explica. Acude al aniversario porque es «especial» y explica que admira que los responsables «de la discoteca más bonita de la isla» regalen a los residentes «una fiesta como esta». «Otros dicen que son de la isla y no hacen nada por nadie».

Es una gran celebración que Aguirre organiza en su casa y que este año también tiene un toque solidario: «Colaboramos con Cruz Roja». Un grupo de voluntarios recogen donativos a la entrada en una hucha en la que, desde muy pronto, abundan los billetes. Cada vez que cae una ayuda más, el grupo aplaude y jalea. «Te puede hacer falta a ti», justifica uno que acaba de dejar 10 euros.