Juan Carlos Álvarez Campillo dilata las pupilas, se lleva un dedo a la comisura de los labios y luego da rienda suelta a la sin hueso. Ese ritual lo repite en prácticamente todas las preguntas que van surgiendo en la entrevista. Medita. Reflexiona. Digiere la cuestión y luego se lanza cuesta abajo en la respuesta. ¿Cómo explicar qué es el coaching para los no iniciados? «Es un trabajo que se hace con una persona, ya sea periodista o directivo de una empresa, para ayudarle a descubrir cuál es el potencial que tiene». Es decir, «desarrollar su capacidad al máximo». Sobre este eje gira la vida de este asturiano, que visitó Ibiza hace unas semanas para impartir un curso sobre esta materia (que en castellano podría traducirse como entrenamiento de la capacidad de liderazgo) que tuvo tanto éxito («Unos 30 alumnos muy implicados») que el Consell, promotor de la idea, tiene en mente organizar otra iniciativa similar en otoño.

Retratar verbalmente al coaching y mostrar sus virtudes es algo que apasiona a este asturiano «ya cincuentón». Lo practica -dando conferencias o asesorando al Comité Olímpico Español o a la Real Federación Española de Fútbol- desde hace quince años, cuando en la Península Ibérica «nadie sabía de qué iba esto». «Formo parte del grupo de profesionales que empezó, allá por 1998, a organizar cursos de formación. El primero fue con la Asociación de Futbolistas Españoles», recuerda. Licenciado en Psicología por la Universidad de Oviedo, el trabajar en Madrid como responsable de recursos humanos de una empresa estadounidense (la cuna de esta disciplina) le introdujo en un mundo del que no quiere salir. Se ha convertido en una filosofía para vivir sus días.

«Ayudamos a atacar los retos que la gente desea perseguir, pero no lo hace porque vive con el piloto automático de la rutina y los convencionalismos. ´Los límites sociales no son mis límites´, eso hay que repetirse para conectar con la parte emocional de uno mismo», comenta Álvarez Campillo. Este ovetense vivió un intenso fin de semana en las Pitiusas. De la mano de Carlos Morillo, al que conoció durante un máster de Psicología deportiva que este pilar del tiro con arco pitiuso cursó hace unos años en Madrid, trató con «personas que tienen a su cargo a grupos humanos, ya sea una junta directiva o un equipito de niños». A todos ellos les animó a transmitir a la gente que les rodea «la necesidad de tener objetivos». «Renunciamos a los sueños cuando perdemos el contacto con nuestra capacidad de dar más», afirma sin pestañear.

Se abre la puerta para hablar de la felicidad, de la gasolina extra que representa estar contento para lograr lo que uno se propone. También en la cancha, en la piscina, sobre el tartán o surcando las olas a bordo de un velero. «Un deportista infeliz puede conseguir resultados -argumenta-, claro. Lo puede hacer por talento natural, pero le costará más que a otro que sí se lo pase bien. No nos olvidemos de que no disfrutar de lo que haces es una tortura».

La gestión emocional

«La gestión emocional» -el potro más difícil de domar para muchos entrenadores dentro de un vestuario- se abre paso sin trabas en el discurso de Álvarez Campillo. La sensación del fracaso es muchas veces el enemigo a batir. Puede parecer un brindis al sol, pero el coach asturiano no duda en repetir aquello de que «de las derrotas se aprende mucho» porque cree que el entorno del deportista no lo aplica. «La pasión, ciega. Y, si nos fijamos solo en el resultado, nuestra valoración es muy fría. ¿Quién se plantea qué lleva detrás esa persona? ¿Cómo le van las cosas fuera del campo?», se pregunta. Para que nuestra sociedad, «una España que debe crecer en cultura deportiva», se lo comience a plantear, solo ve una salida: «Más formación para abrir ciertas mentes». A eso piensa dedicarse. Hasta que la voz le aguante.