Rosa Ana Seijo Fernández, conocida futbolísticamente como Rosana, es toda una veterana del fútbol femenino. Juega en las filas del Atlético Jesús, con el que hace varias temporadas llegó a estar en Primera División Nacional. Ahora, a sus 37 años, ha bajado el ritmo y mata el gusanillo jugando en el conjunto rojiblanco de la Liga Femenina insular de fútbol-7.

Sin embargo, no le sobra demasiado tiempo porque mucho de él lo emplea en su trabajo en el hipermercado Hiper Centro, además de cuidar a su hijo Daniel, de 12 años.

«Antes, cuando militaba en el equipo de fútbol-11 tenía que dejarlo con sus abuelos cuando iba a jugar fuera. Además, me lo tenía que llevar a los entrenamientos, que eran a las nueve de la noche. Ahora solo entrenamos un día a la semana y es más tranquilo», explica Rosana, que empezó a jugar a fútbol con 16 años en Asturias. Ha llegado incluso a estar varias temporadas en la Superliga con equipos de la Península.

Ser madre también le obligó a estar apartada del balompié, pero en Ibiza se volvió a reenganchar a su deporte favorito: «Antes de llegar al Jesús había colgado las botas por el embarazo y porque el niño era muy bebé», señala.

Susana Torres, por su parte, no tiene hijos, pero sí que conoce casos de «otras boxeadoras que sí que han hecho paréntesis en sus carreras para ser madres». «Luego han seguido peleando sin ninguna complicación», ahonda. De todas maneras, la edad en una actividad «que desgasta mucho, más que el fútbol o el baloncesto», empieza a ser un lastre para la púgil ibicenca. «Una va cumpliendo años y se centra en otros aspectos de la vida. El boxeo te pone fecha de caducidad, no me veo peleando después de los 34», argumenta. Según afirma Torres, «los aspectos cotidianos de la vida van cobrando más importancia». Lo que antes se sacrificaba por el deporte, pasa a un segundo plano.