El ´17´ del Ushuaïa Ibiza Voley no es de los tipos que pasan desapercibidos. La manera tan característica y efusiva de celebrar los puntos que consiguen los suyos así lo demuestra. Además, desde que empezó a jugar a voleibol siempre fue «de los más bajitos del equipo». Dato engañoso el de sus 179 centímetros de altura, ya que posee uno de los saltos más poderosos del plantel del Club Voleibol Eivissa.

Para aumentar su peculiaridad, casi nadie se dirige a él por André, su nombre de pila. «Cuando pido que me llamen Nugget nadie se imagina el porqué», explica divertido, pensando en las veces que le han preguntado qué tiene que ver su mote con el pollo frito. La etimología del seudónimo lo transporta a Rondônia, un territorio a caballo entre el Mato Grosso y la profunda selva amazónica. Allí se crió André por ´culpa´ de la profesión de su progenitor. «Era militar y le trasladaron a esa región, que hace frontera con Bolivia», explica el voleibolista, que a los doce años entró a estudiar en una escuela castrense y, tras hacer el servicio militar, integró «durante cinco años» las Fuerzas Armadas brasileñas.

En el colegio le rebautizaron: «Había que ir impecable y yo, que le hacía mucho caso a mi padre [ríe], me abrillantaba los zapatos con betún de la marca Nugget. Eran los que más lucían y mis compañeros pronto empezaron a preguntarme por el secreto. Yo contestaba: ´Por el Nugget...´ Y de ahí se me quedó».

Chico para todo

Desde que dejara su trabajo en el ejército hace diez años -«Pasarse 40 días en un destacamento en medio de la selva no era lo más divertido del mundo y daba un poco de miedo»-, ha hecho de todo: fue albañil, montó un gimnasio, siguió jugando a voleibol y llegó a militar en la Superliga brasileña... «Todo cambió cuando mi primo Wender me convenció para venir a Eivissa. Viajar a Europa era mi sueño y no me arrepiento. Esta isla ya es mi casa», comenta Nugget, que ha seguido desde lejos y «con orgullo» los avances sociales de su nación.

«Estábamos cansados de los partidos tradicionales, que solo causaban pobreza. Por eso triunfó la lucha de Lula da Silva. La España de ahora me recuerda al Brasil de antes del cambio. Aquí nos vendría muy bien un líder así», sostiene el jugador del Ushuaïa, donde mata el gusanillo mientras se gana la vida como encargado de mantenimiento en un chalet. «Es que soy un manitas», confiesa Leoncio, que ha aprovechado estos meses sin jugar para sacarse el título de juez de línea (ya ha arbitrado, con gesto muy serio y sin esbozar su perenne sonrisa, al C.V. Eivissa) y para entrenar el Botafoc femenino.

En próximas fechas volverá al quirófano para que le coloquen un muelle que ensanche el uréter y acabar con sus dolencias. «Saldrá bien, tengo que seguir haciendo bromas a mis compañeros», asegura.