Paloma Miguel se disculpa al entrar en el pequeño despacho que comparte con el otro técnico de Cultura del Ayuntamiento de Santa Eulària, Toni Sendic, pero el supuesto desorden que disculpa revela que allí se trabaja. Apenas hay un espacio libre de carpetas y empieza a rebuscar en una de ellas, donde guarda todas las anécdotas que le sorprenden desde que dedicó un año al estudio de Laureà Barrau para el libro que presentó en verano de 2016, que acompañó el traslado de la obra legada por la viuda del pintor catalán, Berta Vallier, del Puig de Missa al antiguo Sindicato Agrícola.

Pasa un par de notas de la sección Telegramas del Diario de Ibiza de 1917 y 1930 («Después de su larga estancia, ha vuelto el notable pintor y su distinguida esposa») hasta que encuentra el mail que le envió un estudioso de Barrau interesado en conseguir un ejemplar del libro que coordinó Miguel para recopilar toda la obra que el pintor catalán desarrolló en la isla. El correo explica una visita en Cadaqués de mister Moor, que había sido marchante de Salvador Dalí: «En uno de los salones había un cuadro de grandes dimensiones con una escena campestre de Barrau pero que también estaba firmado por Dalí. Al preguntar el porqué, mister Moor explicó que, al verlo, Dalí manifestó que era tan bueno que podría haberlo pintado él mismo». Ahora tiene otro elemento que añadir a la carpeta: la foto que una hora antes le ha mostrado en la sala Barrau Joan Mayol, hijo de una de las numerosas mujeres de Santa Eulària que retrató Barrau.

La foto

«Esta foto es muy curiosa», indica Mayol. Aparecen cuatro señoras vestidas de payesas con tres niñas. «Vaya, no la había visto», se sorprende Miguel, «¡si esto es del día de la inauguración». Se refiere al antiguo Museo Barrau del Puig de Missa. Empieza a hojear su libro de Barrau hasta que encuentra una imagen de la inauguración oficial, en 1963, en la que aparece el obispo de entonces, Francesc Planas, el párroco Vicent Costa, a quien la viuda de Barrau designó usufructuario del legado, y la propia viuda, a quien sostienen un rudimentario micrófono conectado a un altavoz que se divisa levemente junto a una sotana. El altavoz, en cambio, todavía no habría sido colocado sobre la misma mesita que casi oculta una falda pagesa en la otra foto. «Sí que es del mismo día.... ¡Qué bueno! Por un lado el discurso con obispo y unos minutos antes, en el mismo rincón, estas mujeres que debían haber sido modelos en sus cuadros; es la escena del pueblo frente a la imagen oficial», imagina Miguel.

Mayol muestra más fotos de su madre que revelan un enorme parecido con el retrato que le hizo Barrau segando a escasos metros de esa misma sala. «Esto era aquí al lado», explica, señalando hacia el río, con un ligero acento francés. «Vivimos en Argel hasta que tuve 12 años, pero nací en Ibiza porque mi madre no quería que fuese un pied-noir».Modelos

Además de Mayol, han acudido Catalina Pujolet y Dorita Ferrer, dos de las modelos que aparecen en la exposición ´Dones´. «Al recopilar su obra, vi que Barrau pintó sobre todo mujeres, se enamoró de la luz de Ibiza y le fascinó la imagen de las pageses», apunta Miguel. «Aunque a veces nos emmariolava», matiza Dorita Ferrer. Barrau contaba con un amplio fondo de armario de prendas tradicionales con las que vestía a las modelos en las escenas que recreaba, «pero no era muy respetuoso con el orden de las combinaciones, las ponía porque le gustaban los colores», detalla Miguel. «Y una ibicenca de esa época no iría con los brazos al desnudo», explica mientras señala el cuadro de una joven junto a un pozo del que bebe un hombre vestido de campesino. Es Catalina Pujolet.

«Él hizo el apunte con sa mamà, que daba de beber al jardinero, y después me puso a mí para pintar el cuadro», recuerda Catalina. Su madre fue la criada del matrimonio Barrau durante largos años, después de quedar viuda con dos hijas de dos y tres años. «Vivíamos en la casa de al lado de la suya y nos pintó muchísimas veces a mi hermana y a mí». En un cuaderno de esbozos de Barrau sale un apunte de otro cuadro protagonizado por una joven Catalina Pujolet, con un ligero vestido blanco. «El cuadro es en el jardín de Barrau y lo vendió a un señor de Venezuela, era un jardín muy bonito». «Las monjas nos enviaban al jardín de Barrau a pedir flores para las procesiones», añade Dorita Ferrer, quien recuerda que «era muy gruñón». «Me conoció porque mi tía era modista y le hizo encargos doña Berta, pero supongo que yo era muy revoltosa y no estaba quieta cuando tenía que estar posando, porque me tenía más de una hora». «Pues conmigo y mi hermana era muy simpático» puntualiza Catalina. «Éramos como de la familia y, por Navidad, siempre nos regalaba una cesta con turrón, chocolate y una muñeca para cada una», rememora .

Además de las pageses, en la sala Barrau destacan los retratos de una elegante mujer de ojos azules, su mujer, educada en París y 18 años más joven que él. «Estaba muy enamorado de doña Berta, se volvía loco cuando ella bajaba a Vila, salía a despedirla y quedaba desesperado hasta que volvía». «La llamaba ´letita, letita´», evoca Catalina.El hogar del matrimonio Barrau

En el número 11 de la calle Sant Jaume, en una ladera del Puig de Missa, se conserva la casa que Laureà Barrau adquirió a la familia Piset, que así pudo sufragar la universidad de sus tres hijos, «un aparejador, un dentista y el otro arquitecto, todos con carrera», según recuerda Catalina Pujolet. A principios de los años 60, ya viuda, Berta Vallier puso en venta el chalé para así poder hacer frente a la compra de un solar en el Puig de Missa, donde levantaría el panteón del matrimonio y un nuevo edificio para albergar el pequeño Museo Barrau, además de la que sería su nueva vivienda hasta su muerte, en 1965.