Lola Vendetta. Ese apellido es una declaración de intenciones.

Sí, le puse Lola, porque es el nombre que le hubiera puesto a mi hija y Vendetta porque empezó así, como una venganza, una reivindicación de lo que me molestaba. No había una intención de que fuera feminista, pero se vengaba de cosas que nos suceden a la mayoría de mujeres en la calle y que nos parecen injustas y eso tiene mucho que ver con lo que reivindica el feminismo.

O sea, que usted y Lola llegaron al feminismo por la vía del enfado.

Sí. Dicen que el feminismo se contagia. Y es así. Siendo mujer, una empieza a detectar cosas que no le cuadran y que tienen que ver con la presión por parte del heteropatriarcado. Ahora le pongo palabras. Eran quejas personales y al ponerlas en redes sociales me di cuenta de que hay un montón de mujeres que están la misma situación y a las que molestan las mismas cosas.

¿Nos atrevemos ahora más a explicar estas cosas que nos pasan y que antes nos daban vergüenza o nos hacían sentir culpables?

La aparición de las redes sociales ha visibilizado un montón de voces que no eran muy fuertes en volumen, que estaban opacadas por la manera de entender el mundo. Las redes permiten hacer equipo con gente a la que no necesariamente conoces pero con la que tienes afinidad de ideas. Ahí se empieza a reforzar la voz, el discurso, la gente empieza a sentir que tiene el derecho de hablar. No es lo mismo ser la primera que hacerlo después de que alguien haya hablado por primera vez.

En su primera viñeta, Lola Vendetta saca la catana contra un señor que la había violentado.

Una de las primeras, hice tres o cuatro, pero la más significativa fue la de este señor. Estaba en la parada de plaza Universitat, dirección plaza de España, se me sentó al lado un señor y empezó a hablarme. Muy bien, en plan viejecito encantador. Pero en un momento dado la conversación se volvió turbia y fue la gota que colmó el vaso. Yo volvía de trabajar como azafata y comentarios así me los encontraba cada dos por tres. Lola Vendetta empieza empujando a las vías del metro a ese señor, que explota. Se llama 'Viejitos entrañables' porque le salen las entrañas.

¿Hasta ese señor cuántas veces había tenido que aguantar comentarios o comportamientos así?

No las puedo contar. En toda persona que se ha contagiado del feminismo hay un momento de inflexión, algo que te hace echar la vista atrás. Cenas con los amigos en las que siempre había un hombre que tenía la palabra mientras las mujeres escuchaban en posición de complacencia, darte cuenta de que como persona extrovertida molestas, situaciones con la pareja, con las amigas... Empiezas a detectar sutilezas del machismo en todas las relaciones. Abres los ojos y cuando se te vuelven a presentar esas situaciones actúas en el momento, en el presente, para dejar de pensar ciertas cosas.

El momento de sacar la catana.

Total, sí. Algo muy típico de la educación de las mujeres en todo el mundo es que la rabia se ha desterrado al terreno masculino. La rabia en un hombre es sexy, mira Batman o todos los personajes heteronormativos de los cómics y las películas. Mi rabia vale tanto como la de un hombre. Y no necesariamente voy a hacer daño con ella. Me produce rabia que no me dejen hablar, que me corten, que me digan que soy una histérica... Mi rabia es tan legítima como las que se escuchan, que suelen ser masculinas.

Lola es sanguinaria, deslenguada, no se depila... Rasgos que no se asocian a las mujeres.

Se asocia todo eso a los hombres y es muy excluyente. ¡Pelos tenemos todos!

Nosotras no. Se supone.

¡Exacto! La mujer que tiene pelo es una aberración de la naturaleza. No tener pelo es un retoque de la estética impuesta por unos ideales sociales: «Tengo que funcionar de una forma determinada para complacer a la sociedad porque sino no me acepta».

¿La sociedad no nos acepta si no somos lo que se espera de nosotras? Dulces, sensibles, sumisas, calladas...

Siento que cada vez hay una aceptación más grande. Cambian las masculinidades, a los hombres se les da la opción de hablar de sentimientos... Si una intenta cambiar pero lo que la rodea no varía ese cambio es muy difícil. Gracias no a dios sino a muchas mujeres que se lo curraron mucho, ahora podemos hablar de que hay una evolución. Hay mucho trabajo que hacer, pero eso nunca puede opacar que ya se están haciendo muchas cosas. Y para nada eso debe ser un motivo de frenar.

¿Es peligroso creer que ya hemos alcanzado la igualdad?

Si, la ecuación correcta es: nos sentimos bien porque estamos evolucionando, hay muchas cosas que mejorar, pues sigamos haciendo mejoras, no nos hundamos en un pozo de dramatismo. Puede estar fatal, pero apóyate en que las cosas están mejorando para no darte cabezazos contra la pared. Esto es un trabajo de ir esculpiendo y modificando.

¿En qué nos queda más camino que recorrer?

Lo más difícil de cambiar es ámbito empresarial, laboral. Hay un momento de inflexión para las mujeres que es decidir si tienen hijos o no. Tú eres quien se queda embarazada y eso tiene consecuencias. Hay mucha presión en mujeres de entre los 25 a los 40 años. Si no quieres tener hijos, porque debes tenerlos; si los tienes, porque qué vas a hacer con el trabajo; si decides quedarte en casa, porque renuncias a la vida laboral; si te dedicas a la vida laboral, porque eres una mala madre... En la empresa ¿qué hacemos con las bajas maternales? Es uno de los aspectos más importantes que arreglar. ¿Cómo gestionan las empresas que hay que contratar a mujeres y compensar que quieran ser madres?

¿Si los hombres se cogieran la misma baja no estaríamos en desventaja con ellos en lo laboral?

La humanidad no puede avanzar si no hay gente que tenga hijos. Y eso es una elección, una vocación, incluso. Si se igualaran las bajas, más allá del ámbito laboral, estaríamos generando seres humanos acostumbrados a estar tanto con el padre como con la madre. Estaríamos mejorando algo fundamental, que los niños chiquitines no tengan la sensación de que la madre es la que está en casa, de que el papel de la mujer se reduce al espacio del cuidado.

Ya que no podemos ir con una catana por la vida como Lola, ¿deberíamos sacar más la lengua?

Sí, la catana es un símbolo del «ya no puedo más» y de la necesidad de que se legitimen las emociones de las mujeres. La sociedad se ha aprovechado de que tenemos unos ciclos menstruales en los que estamos más bajas de energía o más en contacto con nuestras emociones, para legitimar la opresión. Legitimar nuestras emociones es fundamental. Me llegan muchos mensajes de niñas jóvenes que me preguntan en qué momento están viviendo un acoso, laboral, sexual o del tipo que sea. Pues en el momento en que se están sintiendo incómodas o violentas. No tengo que esperar a que una ley me diga a qué tengo derecho o a que una voz paternalista me diga si es verdad o mentira. No. Lo estoy sintiendo, por eso es verdad y ahí trazo el límite. Y punto.

Una vez dijo: «Cuando te tocan el culo en la discoteca no es feminismo, es dignidad».

Totalmente. No hace falta que digas que eres feminista, es un tema de dignidad humana.

¿Cuesta responder a eso?

Sí, porque se nos ha acostumbrado a que cuando te quejas recibes un castigo. Se nos castiga por querer trazar límites. Eso es injusto y tiene a mucha gente en una sensación de esclavitud emocional. Hace dos semanas hablaba con gente que trabaja en feminismo y decían que los índices de maltrato ahora se visualizan, pero que no se reduce la cantidad de víctimas. Hay que hacer un trabajo personal para cambiar los paradigmas, las normas sociales, y tienes que ser muy firme. Por eso monté re-evolución femenina, para romper con esos patrones familiares y sociales y dar herramientas emocionales. Sin ellas te supera el miedo.

Miedo al qué dirá y a que no me quieran si no soy como se espera.

Ahí le has dado. Sobre todo el miedo a que no me quieran, a que no me acepten. Es muy heavy. Somos bichos sociales y el miedo a que no nos acepten en la tribu pasa por encima de todo, incluso de la dignidad. Por eso es tan importante educarse en amor propio y en lidiar con esos miedos. El miedo te paraliza y a la mujer se la ha educado mucho en el miedo. Mira los roles de las películas. Esas voces de desespero de los personajes femeninos, que apenas pueden respirar. Los hombres hablan con firmeza emocional y las mujeres con miedo a todo. Así lo vivimos, así lo mamamos y así se multiplica en nuestra cabeza.

El otro día Raquel Córcoles, Moderna de Pueblo, decía que miraba algunas de sus primeras viñetas y no le gustaba el mensaje que daban. ¿Le ha pasado?

Hay una frase del mundo de los emprendedores aplicable a esto: Si puedes echar la vista atrás y no arrepentirte de alguno de tus trabajos es que empezaste tarde. Nos tiramos a la piscina sin saber qué era el feminismo. Nos ha pasado a muchas de las que ahora hablamos de feminismo. Estamos en una constante autocrítica. En todo momento. Incluso de estar con las amigas y al volver a casa pensar «¡Ey!» porque has hecho un comentario en el que estabas equivocada, en el que discriminabas algo o a alguien. Hacer un autochequeo personal diario al principio cansa, porque no estás acostumbrada a esa dinámica, pero cuando te acostumbras es superenriquecedora.

¿Cuál es la última vez que ha tenido ganas de sacar la catana?

El pasado otoño. Hice un retiro de meditación y el chico que dirigía la sesión se aprovechó del momento de máxima vulnerabilidad para intentar abusar de mí. Afortunadamente yo hace mucho que vengo educándome en esto, pero pensé cuántas veces ese chico habría abusado, en momentos de debilidad, de las chicas que le gustaban y estaban en el retiro. Si yo no saco la catana en ese momento igual hace lo mismo con una chica de 18 años que no sabe reaccionar a tiempo y acaba habiendo un abuso en un contexto en el que deberías estar en paz. Esa fue la última vez que dije: «Nunca más nadie se aprovecha de mi vulnerabilidad. No voy a endiosar a nadie, voy a dejar de pensar que va a venir alguien a salvarme». Esa idea un tanto romántica la tenemos, consciente o inconscientemente, todas. Pero mejor nos salvamos nosotras mismas.

Esto sigue estando lleno de lobos, ¿no?

Sí, por eso es importante tener buenas herramientas. Catanas, como ejemplo. [Ríe]

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