Viento del sudeste de apenas 10 kilómetros por hora, cielo encapotado, llovizna de madrugada, 11 grados de temperatura. Un frío del carajo. Pintaban bastos para volar ayer cometas en ses Variades, ese inhóspito descampado que una vez al año cobra vida gracias a Pepín Valdés, impulsor de 'Posa un estel al cel', y a los maestros del colegio Guillem de Montgrí, pero que el resto del año es el paraíso de los botellones de adolescentes y turistas, amén del cagadero municipal de perros. La organización pidió al Consistorio que eliminara los cristales de la zona, un peligro en la pasada edición, pero respecto a las heces, el solar parecía un campo de minas.

Pese a que las nubes cubrían totalmente el cielo y en lontananza, allá por Sant Agustí, caían chuzos de punta, se inscribieron 287 participantes, más o menos como en 2017 (284) pero lejos de los 440 de 2011, el récord de esta cita anual que comenzó en 1991 con sólo 18 personas apuntadas. En esta XXV edición (no se celebraron las de 1994, 1995 y 1999) el viento fue tan escaso que apenas se llegaron a suspender 70 cometas a la vez, según datos oficiales. Es el peor dato desde que se empezó a registrar esta estadística en el año 2005. El mejor año fue 2011, cuando el viento favoreció que 198 permanecieran a la vez en el aire. El peor, hasta ayer, fue 2015, con sólo 120.

En ocasiones entraban momentáneas rachas de tramuntana que eran aprovechadas por los participantes para elevar sus artilugios algunos metros, si bien caían a tierra al cabo de unos minutos. El ansiado viento de mestral o de poniente que deseaba el alcalde de Sant Antoni, Pep Tur, Cires -que visitó ses Variades a primera hora de la mañana- no llegó a soplar.

Cómo se vuela en Lahore

A quien se desanimaba por las desfavorables condiciones meteorológicas, Valdés le recordaba que hace algunos años, en circunstancias similares, un brasileño les demostró cómo se podían hacer virguerías. Es cuestión de técnica, como ayer dejó patente Aftab, un cocinero pakistaní que elevó a su 'macho' decenas de metros, más que nadie. 'Macho' por el tipo de cola, corta y grande. La 'hembra', con cola alargada y múltiple, volaba cerca. Fabricó ambas con bambú y plásticos, pues no encontró en Ibiza un papel de mantequilla tan fino y delicado como el que usaba en su Lahore natal para construirlas.

En Lahore, contaba ayer, se celebra anualmente el basant, un festival de cometas que dura dos días y que es tan concurrido que apenas deja un hueco en el cielo de la ciudad para los pájaros. Ayer, su hijo, Rehan, se encargó de llevar a su 'macho' de color negro y ojos blancos a un palmo de los nubarrones. No se pierde un 'Posa un estel al cel' desde hace ocho años, cuando llegó a la isla.

Imposible con el tetraedro

Pepín Valdés intentó, pero no pudo, hacer volar un tetraedro rojizo, de similares características al que Graham Bell empleó para sus estudios de aeronáutica y que tiene la peculiaridad de que se pueden añadir más tetraedros a la pieza inicial. Crece y crece, siempre que lo permita el viento, claro. La enorme medusa de tela de solo dos tentáculos, algo así como la mascota de 'Posa un estel al cel', también quedó ayer en tierra.

Eugenio Palacio y Nuria Valverde consiguieron elevar, pero poco, un trineo sobre el que luego colgaron un Nemo (un pez payaso) de su line laundry. Siempre llevan una cometa en el maletero del automóvil, por si el día es propicio. Tienen también una gran orca y un fino flamenco rosa, con los que jugaron en ses Variades.

Las monitoras no pararon en toda la mañana de ayudar a niños y padres a construir sus cometas de butxaca. «No he podido aixecar el nas en toda la mañana», comentaba una de ellas a cinco minutos de que se clausurara la XXV edición. Hace tres semanas, crearon unas 300 (muchas de ellas con forma de lechuza, el motivo de esta edición por ser el año de la protección de esa rapaz nocturna) en el taller del Passeig de ses Fonts. Este año, el taller de ses Variades se instaló bajo una llamativa cúpula desmontable que fue fabricada artesanalmente con madera de abeto por Jeroni Gómez y Luis Canalejo.

Fue el primer día en que Carla y Sofía, de siete y ocho años, respectivamente, volaban una cometa (prestada). Y pese a que la meteorología no ayudó a elevar la 'vaca', se lo pasaron tan bien que pidieron a su madre que les compre una para repetir la experiencia en otra ocasión.

Eso es, precisamente, lo que persigue Pepín Valdés: «Esta es una fiesta de la comunidad. Lo importante es que sea algo sencillo, no competitivo, volar la cometa en grupo, cerca de las personas con las que vives cada día. Que sea una jornada divertida y placentera».