La Virgen María mira al cielo. Lo mismo hace San José. Y Gaspar, que se encuentra rodeado de su séquito. Todos ellos empiezan a estar ya empapados, pero se resisten a abandonar el parque Reina Sofía. Sólo cuando las profesoras, protegidas con los paraguas, les dicen que recojan, se resignan. Decenas de alumnos de Nuestra Señora de la Consolación bajan la cabeza, recogen sus túnicas y refajos y se marchan, con paso lento y arrastrado a pesar de la insistente lluvia, al interior del centro. Una recua de pajes, pescadores y romanos enfilan el camino, abatidos.

La cabeza de Evelin, profesora, sobresale de una montaña de telas lilas. «Son las que cubrían las vallas», explica sin perder ojo de los escolares que cruzan la calle. A las ocho de la mañana, explica, ya estaban preparando el decorado para las últimas escenas del belén viviente que protagonizan unos 800 escolares del centro. «Todos menos los de segundo de Bachillerato, que están liados con la Selectividad», apunta Cati Palau, otra de las profesoras. Durante horas han estado montando la estructura del portal, cubriéndola con telas, colocando la enorme estrella de belén, extendiendo el azul del río por la cuesta que sube a es Portal Nou... Todo lo que ahora están retirando a toda prisa. El belén viviente se queda, tras poco más de veinte minutos, sin la anunciación ni el nacimiento. Uno de los pajes hace gestos de fastidio antes de abandonar el parque.

El enfado se le pasa poco después, justo en la esquina de la calle Joan Xicó, cuando se agacha para colar la mano entre la reja y acariciarle la testuz al burrito Quim, el personaje más acariciado de la estampa navideña. «L'asenet Quim us desitja bon Nadal», se lee en un cartel pegado a una de las palmeras del patio exterior. Quim, que pasa la mañana rumiando paja bajo un tendal rojo, se deja mimar. «Tenía que haber venido también su padre, Pepito, pero no se encontraba bien», comenta Palau cruzando la entrada principal del edificio, donde han colocado un enorme escudo de cartón a semejanza del que preside el Portal de ses Taules y que, tras toda la mañana de lluvia, está ya empapado.

A los alumnos de Secundaria se les van los ojos hacia el pollino mientras atienden sus puestos del 'Mercado de Salomón'. En él venden naranjas, limones, palomitas, pasteles, magdalenas, zumos... Todo el dinero lo dedicarán a sufragar los gastos del viaje de fin de curso. El mismo destino tendrán las monedas que, poco a poco, van cayendo en el cesto de las dádivas del grupo de música. «Una limosna por una ilusión», se lee en el cartel. Llueve con intensidad, pero eso no impide que los cuatro integrantes continúen llenando de música el patio de las palmeras. Tampoco que muchos de los visitantes se queden embobados escuchando la dulce voz de Laura, que interpreta 'Perfect', de Ed Sheeran.

El interior del centro es un hervidero. Reubicados por la lluvia, los dos coros tienen que turnarse para interpretar sus villancicos. En el flanco izquierdo del patio del pozo los más pequeños, vestidos de judíos, cantan mientras en el flanco derecho los más mayores, disfrazados de angelotes, aguardan su turno. «¡Es una pena!», clama Rocío,profesora de música del centro, visiblemente enfadada con la meteorología. «Llevamos desde octubre preparando los temas, trabajando. Los niños están emocionadísimos y te contagian esa emoción y esas ganas, pero luego te sale un día así... Es algo que no puedes controlar», indica colocándose la cinta dorada del pelo mientras decenas de padres y madres atraviesan el pasillo, lleno de agua, para ver a sus churumbeles. Los móviles en alto impiden a todo aquel que no haya llegado pronto ver la representación de una embarazadísima María y un preocupado José en busca de alojamiento para pasar la noche. Las voces de los pequeños, que han memorizado el texto, se elevan por encima de las familias, muchas de ellas más pendientes de la pantalla que del escenario.

Carpinteros empapados

En el patio cubierto, los escolares de primero y segundo de Primaria ponen cara de circunstancias. Todos ellos, carpinteros y pescadores, deberían estar atrapando peces y dando martillazos en sus talleres. Pero llueve. Y los 105 niños esperan que deje de chispear para volver a interpretar su papel. «Están empapados», comenta Álvaro, tutor de uno de los grupos y responsable de poner música en este rincón del centro. Por él corren varios pequeños ángeles que, si no fuera por el agua, deberían estar cantando.

Desde el gimnasio llega el sonido de tambor, flaüta y castanyoles. Un grupo de ball pagès anima el corralito de los más pequeños del colegio. Todos ellos, disfrazados de patitos de enormes pies palmípedos y conejitos de orejas rosas, gatean y corren en un espacio vallado y sembrado por incontables piezas de Lego. Uno de ellos alza los brazos. Ha visto a su abuela. Ella no se resiste. Lo coge. El pequeño se abraza a su cuello.

En el jardín, alumnos de Primaria juegan al ajedrez, hacen de alfareros, hilan la lana y se afanan lavando la ropa en el río. «No sé de dónde han sacado las planchas de lavar. Hace mucho que no veía ninguna», comenta Palau, que ríe al ver el plástico azul que, extendido sobre la tierra, simula un río. La lluvia lo ha cubierto de agua, dándole un aspecto mucho más real. «No hay mal que por bien no venga», reflexiona mientras pescadores y carpinteros aprovechan que parece que deja de llover para volver a capturar peces y dar martillazos.