Poco antes de las diez de la mañana, las puertas de Can Ventosa empiezan a ser un hervidero de jóvenes en uniforme. «Vamos a jugar a un juego», se escucha en los corrillos que empiezan a formar los estudiantes. No hay ningún móvil a la vista. Han acudido al teatro para ver una obra y los profesores han sido previsores; no se puede llevar ningún aparato telefónico a la excursión. «No se puede grabar ni hacer fotos», se oye que gritan desde la puerta del teatro los trabajadores del mismo.

Los estudiantes de Sa Real esperan fuera al resto de compañeros que acudirán a ver la obra 'Darrere la porta', una actividad socioeducativa promovida desde el Plan municipal sobre drogas del Ayuntamiento de Ibiza. Está destinada a crear conciencia y conocer las consecuencias que tienen los actos de cada uno.

Llega la parte más difícil del día, acomodar a los 400 jóvenes de los institutos de Sa Real, Sa Colomina e Isidor Macabich. Es importante encontrar el mejor sitio, alejado de los profesores, cerca del escenario, pero no demasiado, «así, si me duermo no se nota», cuchichea un joven. «Esta obra de teatro trata sobre un centro de menores. La han escrito dos trabajadoras sociales que trabajan en el centro más vigilado y con más seguridad de Cataluña», explica un trabajador del teatro en voz alta.

«Todo lo que veáis aquí son casos reales. Las canciones que escuchéis están escritas e interpretadas por ellos [los internos]. Todo está basado en vivencias de menores como vosotros que están en un centro de régimen cerrado», añade. «De esos en los que no puedes salir. Que vas cuando eres menor pero que si tuvieras 18, irías a la cárcel».

Explica que las dos actrices que interpretan la obra son las dos trabajadoras sociales, que han utilizado sus vivencias para escribirla, lo que da aún mayor verosimilitud a todo lo que cuentan.

La obra

Sin más dilación, entre bromas de los jóvenes, las actrices -las dos educadoras sociales que han escrito la obra, que además son hermanas-, aparecen en escena. La idea es que representen varios sketchs sobre situaciones vividas en el centro de menores. La representación empieza con ellas sentadas una a cada lado de una mesa, mirando hacia el público. Una hace de monitora que llega nueva al centro y le explican las normas y la otra representa el papel de interna que acaba de ser trasladada. Y así transcurre casi toda la obra; una hace de monitora y la otra, de interno/a.

Explican varios casos que impactan a los jóvenes. Aunque empiezan de manera muy light: dos monitoras observan un partido de fútbol de menores, y una monitora vigila a un interno que fuma (se permite en casos excepcionales, siempre que tengan 18 años, la familia y el juez lo hayan aprobado y según el centro).

Pero llega un momento en que la gravedad de los casos aumenta. En uno de ellos, una de las internas se autolesiona haciéndose cortes en el cuerpo, cosa común, al parecer, entre las paredes de los centros de menores. En ese caso, llega una monitora que se asusta muchísimo y corre a por ayuda. «Bueno, ya puedes empezar a recoger toda esta sangre, que siempre estás igual», le espeta otra de las monitoras cuando llega a la celda y ve lo que ha pasado.

En otro momento, relatan los testimonios reales, de puño y letra, de menores encerrados. «Llegué a España con ocho años debajo de un camión, era la tercera vez que lo intentaba. Todo lo que recuerdo es el frío, mucho frío, y la lluvia, que me golpeaba en la cara. Llegué a un país donde no conocía a nadie y busqué a unos marroquíes para que me dieran dinero. La cosa acabó conmigo en un centro. Acabé saliendo, ¿qué iba a hacer? Menor. Indocumentado. Solo. Acabé de nuevo en un centro y aquí sigo. Ahora tengo 15 años, mis padres creen que estoy trabajando, creo que tampoco les importa demasiado», relata la una de las trabajadoras sociales, poniendo voz al joven. «Por lo menos aquí tengo techo y comida», concluye el relato.

Poco a poco el teatro va enmudeciendo y las bromas terminan. «Yo tengo 14 años y estoy en un centro de menores. Llegué aquí con tres abortos no naturales a mis espaldas y vuelvo a estar embarazada. Esta vez no voy a abortar. Nací en la cárcel y no sé quién es mi padre. Todos mis hermanos están en la cárcel y a uno de ellos me lo mataron dentro. Seguramente cuando mi hijo nazca, me lo quitarán», relata sobre el escenario una de las trabajadoras sociales, poniendo voz a otra joven interna.

En otro momento, leen frases que los internos escribieron sobre sus madres: «La degollé porque no paraba de intentar suicidarse, sabía que no me dejaría en paz nunca, tenía problemas mentales. No quería seguir llegado a casa y tenerle que coger de la mano porque se estaba tirando por el balcón». «Mi madre me ha dicho que cuando salga tendré que volver a robar». «Mi madre se pegaba unas fiestas más grandes que las mías». «Yo no la maté, lo hizo mi padrastro». «Mi madre está presa en Ecuador. Hace más de un año que no la veo y no creo que la vea en mucho tiempo».

Palizas, racismo, 'palos'...

No solo relatan frases sobre madres de los presos. «Me tuvieron que operar de la paliza que recibí en la comisaria». «La raza aria es mejor que todas las demás y somos superiores». «Estoy aquí dentro por darle un palo a un japonés». Toda la obra gira en torno a los relatos sobre vivencias de los jóvenes en el centro de menores. «El caso más extremo y por el que yo entré a trabajar», narra la más joven de las hermanas, «fue por una suplencia. El trabajador social pedía la baja siempre en mayo, cuando había encontrado a una interna colgada y había intentado salvarla con sus propias manos».

Una vez finaliza la obra, las actrices contestaron las preguntas de los jóvenes y hablaron de sus vivencias. «Hubo un momento en el que, de 19 internos, 16 estaban allí por asesinato», comentó una de ellas.